Hoy he percibido el viento dos veces en la cara. Espero que nadie me denuncie por haber realizado dos salidas. Ambas entran dentro de los condicionantes permisivos en este estado de alarma; aunque sinceramente, las dos escapadas estaban acompañadas de la necesidad intrínseca de huir unos minutos de esa sensación de sentirte rehén en tu propia casa.
Cuando superas los veinte días de encierro con rutinas establecidas y un horario de actividades repleto piensas que, mientras más allá de las fronteras de tu casa, como no se han cansado de decir las autoridades, “lo peor estaba por llegar”, aquí ya habías conseguido habituarte a las circunstancias. Por lo tanto, no era predecible ahora la negatividad cuando ya comenzaban a arraigar estas rutinas como si estuvieran enraizadas en tu cotidianeidad, no desde hace 25 días, sino desde hace…meses….años.
En principio, esta cuarta semana en la que hasta el sol nos ha venido a saludar de nuevo, todo se predecía más más plácido y llevadero.
Sin embargo, lo siento, pero no está siendo así. En mí no es así y ahora que el mar aparece en calma es cuando más complicado está siendo coger el timón para enderezar cada mañana el rumbo de una travesía que, sí o sí, conocedora de su permanencia (mínimo hasta el 26 de abril), requiere de un positivismo, si no exultante, sí al menos, óptimo.
Hoy pretendía que este cierre del día fuera positivista, porque la gente que pierde el tiempo en este rincón merece que también se le traslade algo de aliento. Me ha convencido indirectamente de ello una de las personas que más me quieren peor que, al mismo tiempo, se declara mi más fervor “antilector”, no de este diario, sino de casi todos mis relatos, cuentos o discursos. Él, que tiende a interiorizar sus emociones y, sin ser apocado, se muestra huidizo en mostrar sus pensamientos, no considera que sea una terapia extraer los sentimientos por mucho que yo le intente explicar que estas reflexiones son una personal terapia que alivia mi inquietud.
No obstante, esta noche pienso que tal vez tenga razón y que aquí donde cada noche muestro mis entusiasmos y mis impresiones, debería callar en épocas de desaliento como está siendo esta semana en la que me está resultando complicado disimular cuánto este maldito virus está impregnándome de cierta desazón.
Por eso, esta mañana he salido a sentir el sol en el rostro. Era necesario abastecer la nevera, pero era más importante presenciar la luz del paisaje que va más allá de mi terraza. Así que me he ido a comprar los productos básicos para seguir alimentando el cuerpo y he aprovechado para pasar a ver a mis padres y… alimentar también así el alma. Saber que todo sigue igual ahí fuera, aunque no lo vea…
Además, me he provisto de un par de tuppers de comida de mamá y hoy el arroz ha vuelto a ocupar mi mesa al mediodía. Primera parte del día cubierta. Todo parecía más relajado.
Ahora a buscar una película, pero no, hoy no era el día. Incluso, entre las recomendadas o las que en tengo en mi personal cartelera de encierro en previsión para ver, mi mente no conseguía quedarse atrapada más de cinco minutos.
Mejor cambiar de opción y repasar la biblioteca digital (uff!! acumulo libros que necesitaría 3 confinamientos anuales para poder leer). Se trataba de buscar un libro entretenido, enajenante, que te permita trasladarte a otros mundos, otros lugares e incluso identificarte con otros personajes, esa era el objetivo. Mañana os contaré si la nueva historia que al acabar este diario comienzo ha conseguido el propósito.
Sin embargo, el día es largo y ni una merienda con chocolate (sí, hoy en mi cesta de la compra he incluido, chocolate, frutas, galletas, nata y solo me ha faltado esa botella de vino blanco que, a veces, convierte una cena ligera en un pequeño manjar) ha logrado ser el candil que alumbrar la vereda en este bosque donde, estos últimos días, casualmente cuando el sol brilla más, es cuando parecen alzarse más huracanes ante los que necesitas acomodar una brisa cálida en que mecer un sistema anímico alborotado.
Y no, no estoy hundida, ni tan siquiera estoy depresiva. Solo estoy cansada y esta semana llena de eso que en valenciano definimos como “desfici”. Algo así como un estado de inquietud desconcertante.
Pero hay que seguir, un poco de deporte, una ducha caliente y a esperar el momento de la cena repasando informaciones. En ese repaso muchas noticias se referían a la luna rosa. Me asomé a la terraza y no, la luna está naciendo justo al otro lado, solo cuando perece puedo observarla desde este lugar pero, aunque los últimos días en esos ratos ya estoy despierta, todavía me encuentro en la cama solo con el fin de gestionar las horas para procurar que el día sea más corto, a pesar de que las noches están siendo demasiado largas.
Como un impulso, de repente solo ambicionaba ver si esa primera luna llena de abril era rosa, blanca o lo más importante si era cierto que existía ahí afuera. Me he calzado las zapatillas (esa es otra de las rutinas que, quizá he de cambiar, voy todo el día con zapatillas o descalza, con esos calcetines que te permiten caminar por la alfombra sin presión en los pies), he cogido la basura y antes de cenar y de una forma determinante y hasta con un inesperado ímpetu he decidido que bajaba a ver la luna.
Hacía frio, así que, para evitar posibles problemas he decidido que mejor tirar la basura con el coche y de esta forma poder cruzar los escasos metros que me separan del paseo marítimo para contemplar cómo era de real el satélite más cercano a la tierra del que todos hablan ayer y hoy.
Uff!!! Os aseguro que su resplandor era tenue, estaba escondida todavía entre las olas del mar, solo asomaba su luz en un tono rojizo que sí, se asemejaba mucho al rosa con el que definen esta luna llena de perigeo por encontrarse en su órbita en el punto más cercano a la Tierra.
Han sido solo unos minutos, pocos, la contemplaba mientras se elevaba débilmente, así que he abierto la puerta del coche e incluso me he dirigido en pie hacia ella. La imagen que ilustra esta publicación no permite percibir la grandiosidad de la belleza de una luna que despierta tus sentidos para descubrir que el universo sigue su curso, que la vida sigue ahí y que este paréntesis es más llevadero si la sugestión es beneficiosa.
Así que, al final el día no va acabar tan mal como apuntaba, puede que hasta la novela elegida haya sido un acierto. Al fin y al cabo, como dijo Bob Marley “nunca sabes lo fuerte que eres, hasta que ser fuerte es la única opción que te queda”…