Aquí estamos otro día intentando serpentear entre las galeradas de este confinamiento que nos desequilibra cada amanecer. No hay incertidumbre, la rutina es tan costumbrista como el paisaje que solo surge cambiante según el sol se abra espacio entre las nubes o estas le ganen la batalla y conquisten la luz para ennegrecer la jornada.
Cada día hay que disipar temores para conseguir que nuestro pequeño mundo vuelva a moverse, a pesar de este virus que nos tiene enclaustrados un día más, curiosamente, también hoy, el Día Internacional de la Salud.
Encontrar el nombre de Trueba en la lista de Trending Topic como tendencia desde primera hora de la mañana al abrir el teléfono y dar ese primer vistazo a twitter (se ha convertido en una costumbre durante el desayuno) en un primer momento te tambalea, ¿estará enfermo?
Esfumada la incertidumbre, descubres que su nombre está siendo elogiado por unos, pero también vilipendiado por esos otros personajillos (reales y ficticios) que pululan por las redes sin impunidad, por ser el autor de un maravilloso artículo que publica el cineasta y escritor (recomiendo mucho su libro Blitz) en EL PAÍS.
David Trueba no sorprende en sus columnas, siempre conmueve, despierta nuestras conciencias y abre nuestra mente hacia senderos que casi nos obligan a dejar en la vereda muchas banalidades para recalar en lo verdaderamente importante.
En su artículo de hoy Trueba habla sin rubor hasta conseguir que seamos nosotros quienes nos ruboricemos al leerlo, porque él otea desde su serenidad nuestra coyuntura y nos lanza su reflexión para que sea cada cual quien descubra hacia donde le lleva su propia conciencia.
Trueba se refiere implícitamente a esa frialdad con la que se presenta cada día la cifra de muertes por coronavirus, ese maldito bicho que ha puesto su principal foco en los mayores.
Sin embargo, al esgrimir este argumento de forma reiterativa, como dice Trueba, parece que así se tamiza una realidad casi “macabra” como es la muerte de miles de personas, con un “al fin y al cabo, son personas de cierta edad”.
Nadie recala en que los principales damnificados de este maldito virus son seres que llevan una mochila muy cargada porque, en su mayoría, muchos de ellos pertenecen a esa generación hija de una guerra y que, paradójicamente, el destino, los está convirtiendo en víctimas de otra guerra en forma de pandemia.
Hace unos días, en este mismo muro, comentaba la noticia que firmaba Ana Teresa Roca de cómo la saturación de información sobre la incidencia del COVID-19 entre mayores de 64 años y grupos de riesgo estaba consiguiendo la angustia y permanente ansiedad de este tramo de la población.
Hoy, Trueba se refiere magistralmente de nuevo a ellos para recordar su valía en la historia reciente, porque muchos de los que ahora mueren pertenecen a esa generación, hija de la posguerra, que creció constreñida bajo el yugo de una indecente dictadura o políticas justicieras. Esa generación que, en nuestro país, salió a la calle para conquistar esa libertad que, aunque ahora algunos critiquen, es la mayor conquista de la sociedad española civil y el mejor regalo que nos han ofrecido como legado. Esa generación que tuvo las agallas de luchar para conseguir imponer el estado de bienestar. Esa generación que continua sacrificada por esos hijos que desde nuestro propio egoísmo les hemos robado la placida vejez obligándolos a llevar una carga familiar que no les tocaría por edad (recoger a los nietos del colegio, llevarlos al fútbol, inglés, música o gimnasia, darles la cena, ducharlos, hacernos la comida que nos llevemos en tupper a nuestro trabajo, etc.).
Sí, ella, la generación de los abuelos, esa generación de mayores que continúa asumiendo muchos de nuestros quehaceres para que nosotros nos formemos o trabajemos sin estar pendiente de otras inmundicias. Esa generación que batalló en la crisis de 2008 para ser la salvadora de nuestra economía familiar. Esa generación que ahora es “población de riesgo” es quien se está yendo de nuestras vidas a centenares (o a miles) convertidos en “solo” un número estadístico.
Se habla de cifra de muertes tan gélidamente que no se tamiza el abatimiento que cada dato representa para este colectivo que calla, se mira con sigilo entre ellos y todavía, en algún momento, verbalizan, “si el bicho tiene que afectar a alguien de mi familia que me afecte a mí”.
Y nosotros nos quejaremos por sus expresiones, evitaremos pensar lo que ellos barruntan durante horas en este encierro, lo expresen o no, porque son ellos los que están viendo marchar por esta enfermedad a muchos de sus coetáneos: futbolistas, cantantes, empresarios, deportistas, políticos….y, sin embargo, callan, porque como dice Trueba “son expertos en hablar en sus silencios”.
El egoísmo de las generaciones que les hemos sucedido es tan proporcionalmente grande como la generosidad que ellos nos han ofrecido toda su vida. Su lección continua estos días siendo ejemplo de resistencia, de “no molestar”, y pocos están siendo solidarios con ellos, pocos estamos siendo solidarios con ellos.
Porque son ellos quienes necesitan de nuestra alegría y, sin embargo, son muchas veces nuestro cobijo. Ante ellos deberíamos callar nuestros turbios pensamientos y ocultar nuestros temores, pero, sin embargo, son ellos quienes nos muestran una vez más cómo hemos de aprender que la vida es salud pero también fuerza mental, esa que deberíamos ofrecerles nosotros para regalarles la oportunidad de desembarazarse de esa oscuridad desangelada que, en algunos momentos, puede convertirse en avalancha de información…y de miedo.
El homenaje hoy de Trueba en su columna es un ejemplo de todo ello y de cómo deberíamos respetar sus momentos, elogiar su labor, amarlos y dirigir sus inquietudes a un remero que les ayude a otear una perspectiva que, al menos por ellos, tenemos la obligación de construir plácida y excelsa.
Se lo debemos; aunque en distintas estructuras de este Estado, se continúe olvidando la necesidad de la presencia de esta generación ejemplar en sus actos y sus silencios para endilgar hasta una nueva cima nuestro futuro en esta coyuntura en la que ellos, más que nadie, luchan por sobrevivir con sigilo, solidaridad, lealtad y honradez, dándonos todavía lecciones a pesar de….