Sábado 4 de abril. Últimamente temo a los sábados. No importa que nazcan bajo un sol radiante y te acompañe un cierto aire de optimismo. ¡Qué más da!, el día evolucionará y se desarrollarán momentos que te magullarán el ánimo y se instalará en ese punto a la derecha del corazón, donde el cuerpo se divide en dos mitades a la altura de la boca del estómago, un pinchazo perenne, al menos, durante algunas horas cuando no, durante todo el día.
Un día que hoy lució brillante, un desayuno en la terraza presagiaba que, tal vez, hoy podían renacer nuevas esperanzas. Las informaciones no presagiaban un alud de noticias positivas; pero, hasta la mente parecía estar serena para asumir que tardaremos en recuperar la rutina, aunque ¿qué era aquello de la rutina?
Por doquier estoy cansada de leer o escuchar afirmaciones contundentes de que “nada será igual”.
Ojalá nada fuera igual. Esta contundente enunciación insinúa que: ¿el futuro que viene está acompañado de más deleitosa perspectiva que el pasado vivido antes de este presente?. ¿Estamos convencidos de ello?, ¿confirmaríamos que lo que está por venir va a ser mejor?
Sinceramente, los indicadores no son muy optimistas. Este confinamiento acabará, nos abrazaremos y puede que a muchas personas les (o nos) tambaleen las conciencias y los sentimientos un tiempo, en algunos puede que los cambios se perciban duraderos pero, quién cree que se va a generalizar para eternizarse esta solidaridad y generosidad colectiva social (poco económica y, nada política)…
Aquello que nos gustaría ver no puede cegarnos con lo que hoy no queremos ver. La toxicidad irrespirable que esgrimen algunos argumentos aquí y allá, en redes sociales o en informaciones o artículos que podríamos definir “serios”, son señales que nos advierten que si ahora ya hemos de soportar una virulencia verbal que apesta, los hechos solo presienten que llegarán actitudes y momentos que, tal vez, nos repugnen más que el desprecio con que tratamos hoy a aquella rutina que, sin embargo, añoramos.
Cómo vamos a creer en un cielo despejado si existe gente hambrienta intentando hincar el diente, al gobierno, a la política en general, a la prensa, a las empresas, a los trabajadores, a los economistas,….al mundo. Y no solo incluyo en este grupo a los ávidos de protagonismo, los hay sigilosos igualmente famélicos de un extraño afán de venganza, escarmiento e incluso represalias o revanchas amenazantes que acumulan día a día demasiado rencor.
Desde luego, cada ensayo de optimismo se envilece de negatividad simplemente oteando desde una atalaya el horizonte.
Por eso, no me gustan los sábados. No. Si existe un día malo en este estado de alarma que está siendo pesaroso, no es otro que los sábados. Al menos desde que al presidente del gobierno le da por dejar para este día de la semana sus comparecencias públicas.
Sin embargo, hoy el negror llegó antes.
Bajo la paz de ese desayuno mencionado anteriormente en la terraza, con el sol de compañía y el rumor del mar de fondo gracias a un silencio humano que, aunque a veces desorienta, a primeras horas de la mañana es un ideal refugio que alivia, el ánimo era sereno. Solo una leve música de fondo de gratos recuerdos me acompaña. Televisión, por supuesto, apagada, pero ahí estaba el teléfono tentador, lo tomo para entrar en la realidad y la primera información es una daga. Ha fallecido Luis Eduardo Aute.
El pintor, músico, poeta, CANTAUTOR, llevaba algún tiempo retirado y enfermo pero, con cada adiós de un personaje que te ha acompañado a crecer, se carga tu mochila y sientes que el cielo que acompaña nuestra travesía se lleva nubes que no volverán.
Aute es uno de esos músicos que han tejido la banda sonora de mi vida. Su voz un tanto desgarrada, su tono tenue, pero sobre todo las letras de sus canciones, su compromiso político y social o su figura ligera va en esa maleta que, muchos de los que peinamos canas, llevamos ya bastante cargada en nuestro equipaje vital. Desde Al Alba, a Las cuatro y diez, Siento que te Estoy Perdiendo, Pasaba por aquí, Sin tu Latido, Slowly, La belleza y…….tantas otras....
En mi publicación anterior ya he publicado “mi canción” para recordar a quien valoro como uno de los músicos más importantes del último tercio del siglo XX de la música creada en España.
Con esta herida todavía ensangrentada, mientras tratas de serenar aquello que enervan los desagravios de incultos personajillos que, tal vez, jamás escucharon a Aute, o si lo hicieron no reconocerían ahora ni un solo verso de su extensa discografía como autor, poeta o cantautor, llega el “momento Sánchez” para oficializar (cómo ha perdido poder este vocablo cuando una hora antes el jefe de la oposición ya había tuiteado justo lo que el presidente del gobierno venía a anunciar. Por cierto, en realidad creéis en un mañana con estos tipos de personajes como protagonistas mejor que el pasado) que el estado de alarma se prolongará como mínimo hasta el 26 de abril.
Escuchado el presidente del gobierno llega el momento de terraza y sol. Necesario un chute grande de vitamina D, obligatorio este rato de enajenación antes de rehacer el calendario de las actividades domésticas, evitar naufragar anímicamente, apoderarse de nuevas dosis de paciencia y serenidad y asumir que, por un lado, San Jorge (con 3 Jordis en la familia es un día de los grandes para los Damià) no lo celebraremos juntos y por otro, que tardaré en volver a mi lugar de trabajo.
Trabajar telemáticamente me ayuda muchísimo en este encierro, a pesar de que no tienes horas y cuesta desconectar del todo; sin embargo, haber perdido el contacto físico con los compañeros me hace sentirme lejos, distante del foco de la noticia, aspectos que en periodismo acusas mucho y más en un momento de cambios en el organigrama de la casa donde tengo el honor de poder trabajar. Es difícil de convivir con ello, sumas días de ausencia en lugar de restar jornadas para la vuelta. Sientes que has “abandonado” tus responsabilidades y además te sientes “abandonada” por no poder estar físicamente cerca del equipo de trabajo (aunque, en honor a la verdad he de decir que he descubierto entre mis compañeros y compañeras, amistades durante este enclaustramiento que hacen más llevadera la distancia).
No, no me gustan los sábados. Definitivamente, tras casi un mes, este es el día malo del confinamiento. Hasta el teléfono suena menos (y eso que hay días que lo silencio intencionadamente), pero hoy no llegan mensajes, ni vídeos, ni bromas, ni emoticonos, ni … sinceramente, tampoco yo busco, doy, ofrezco, propongo o promuevo más comunicación que la justa. Porque hay días que naufragas (los sábados) y tus islas son la terraza, la habitación y el salón, un paseo breve por el despacho y…esperar que cierre el día…aunque luego vendrá la noche larga, otra noche larga (y esta semana ya son muchas) hasta llegar otra jornada de confinamiento … “Al Alba”.