Durante años anduvo buscando colmar carencias que, en realidad, nunca supo cuando comenzaron a aparecer. A veces, pensaba que lo tenía casi todo y que la sensación de permanente ausencia solo era percepción de una exigencia máxima en busca de unas emociones que, únicamente, provocan cantos de sirenas en mundos irreales.
Tal vez por ello, se acostumbró a fabular. No solo ante un papel improvisaba historias, le gustaba dejar marchar la imaginación y viajar por lugares exóticos, vivir intensos romances y sentir la emoción de placeres excelsos en nimios detalles.
Sin embargo, ante la imposibilidad de convertir en real su vida imaginaria, intentó encontrar en su cotidianeidad los golpes de felicidad que la irrealidad le ofrecía.
Vivía con engaños y de engaños, los que acostumbró a generar en su mente y en un pequeño corazón donde, en algunas épocas, era fácil encontrar acomodo a todo aquel que se acercara con el único objetivo de amarla, colmarla de momentos, risas y abrazos.
Al fin y al cabo, solo quería que la quisieran.
Por ese único motivo abría sus emociones con rapidez cuando percibía posibilidades de recibir estima; pero tanto amor desbordado no encontraba siempre un cobijo óptimo, hasta que ese día descubrió que quizás, a veces, es mejor no buscar sentido. Solo basta con asumir que una cosa es tu empeño por diseñar una vida y otra aceptar que a la vida le gusta improvisar para desbaratar sueños.
Aquel día, ubicada en el centro de aquella enorme mesa, su figura era menuda, su sonrisa débil y su mirada perdida; aunque su presencia invadía de dulzura y ternura todos los rincones de aquella habitación. Más o menos como le había sucedido siempre. Desde niña su personalidad imponente y un poder de seducción arrebatador inundaban los rincones del lugar donde hacia acto de presencia para convertirla en el centro de cualquier reunión, a pesar de esa obsesión por la discreción que la acompañaba siempre.
Sin embargo, hoy asumía con agrado que ella era la protagonista, la única razón de aquel encuentro que siempre competía con las fechas del calendario.
Durante años, el aniversario de su nacimiento había quedado relegado a una celebración menor. Aparecer en este mundo entre las festividades de Navidad y Reyes no le permitía una reunión familiar completa, siempre faltaba alguien, obligaciones profesionales, empacho navideño, deberes menores…ausencias.
Pero este año todo era diferente. Los noventa años de la Tía María reunían entorno a la mesa de la casa donde había nacido ella y sus dos hermanos el pasado siglo, hasta cuatro generaciones de una misma familia. No, este año no había más silencios que los que la vida le había arrancado hacía mucho tiempo; aunque no el necesario para dejar olvidados en el desván de sus sentimientos el recuerdo de sus padres y la nostalgia de la mirada pizpireta de aquel esposo que la parca le robó cuando comenzaban a sembrar un amor que quedó despojado de fruto por tan temprano adiós.
Hoy los recuerdos escondidos en el cajón de vivencias no dolían en exceso. María estaba fascinada por aquella sorpresa que el regalo de envejecer le ofrecía esa jornada. Junto a sus hermanos, rodeada de sobrinos que la agasajaban con mimos y besos, y admirada por unos niños que revoleteaban a su alrededor con ternura, estaba recibiendo su regalo más anhelado. Hoy todas la querían a ella. Estaban allí por ella.
De pronto, nuevamente, su mente la enajenaba hacía otro tiempo y otro lugar, a pesar de la algarabía de los pequeños alrededor de la mesa con los matasuegras y las panderetas acompañando sus sonoros cánticos, aunque pronto la venda de la nostalgia caía levemente de sus ojos por la fuerza efervescente que le ofrecía saberse vencedora.
Esta vez sí, su presencia, su calidez, su vida había conseguido reunir a toda su familia, sobrinos, sobrinos-nietos, sobrinos-bisnietos, hermanos, todos señalaron en el calendario aquel 4 de enero como el día más importante del año.
Solo unos días antes celebró sola junto a sus hermanos la entrada del nuevo año. La comida de Navidad la había compartido con su hermana, su sobrina y la pequeña María de apenas 6 años. Sin embargo, hoy, un 4 de enero, una treintena de personas llegadas desde todos los rincones del mundo se encontraban allí, por ella, para celebrar con ella, porque la querían a ella.
Hoy María era feliz. Hoy el pavo, el marisco y el cava eran por ella. Por fin, hoy el amor hacía María era la razón de aquel encuentro jamás conseguido en ninguna celebración navideña. Hoy, en su noventa cumpleaños María era la ganadora, María había vencido a la Navidad.