El domingo ha sido soleado pero...callado…hasta que (habrá que llegar al final). En este encierro por momentos estresante, envolverte en silencio acrecienta la tentación de rumiar pensamientos de realidades y fantasías, del ayer y del hoy, e incluso algunos osan dibujar un, actualmente, impredecible mañana.
También en el silencio hay voces que suenan a ladridos. Hay cantos de sirena. Hay melodías encadenadas. Hay sonidos que alegran el alma. Hay silbidos que huelen a primavera. Hay susurros que descontrolan tus sentidos. Hay ecos que son sonrisas. Hay estallidos que te mecen entre sueños y hay silbidos que te abrazan, ese bien tan apreciado en este confinamiento.
Todos tienen sentido en este encierro. Todos son vivencias o quimeras, ideas o simulacros, ilusiones o utopías, pero todos son… vida.
Enajenarte de todo mientras ves una película decenas de veces vista, te traslada a momentos de un pasado que escondes en pasajes del corazón. Algunos recuerdan que, aunque cicatrizadas, hay heridas que un día te hicieron sangrar; otros te envuelven de cuentos que un día te hicieron soñar; pero también hay momentos añorados que rescatan tus sonrisas e incluso están esos que, con el paso del tiempo, a pesar del coste que te generaron, ahora tus emociones los reivindican como experiencias que te ayudaron a crecer, a madurar, a aprender, a relativizar, a engrandecer, a sentir, a despertar, a eso que denominan “realizarte”…en definitiva… a vivir.
Aprender a vivir. Eso que no lleva libro de instrucciones y que cada cual gestiona como sabe o como puede.
En la agobiante rutina diaria, “antes del covid-19”, pocos momentos y pocas veces hemos parado la mente para a buscar respuestas o generar preguntas. Cuántas cosas dichas no han salido nunca de nuestras bocas y ahora quisiéramos expresar o haber expresado.
Y todo porque muchas veces hemos vivido prisioneros, descontrolado sentidos y mendigado consuelos, pero, ¿cuántas veces hemos disfrutado de un baño de mar, un café entre amigos, un paseo por la playa, un baile sin danzar, una mirada, una ruta de senderismo, un concierto, una charla, un trabajo, una fiesta, un paisaje, una clase en el gimnasio, un rato de soledad, una llamada…?
Vivimos, o vivíamos rumiando y descontrolando sentidos. Solo el presente era válido, solo el aquí y el ahora existía, como también solo eran válidas las personas que te acompañaban en tu cotidianeidad, pero…cuántas veces hemos aplazado comidas, cuántos “nos” hemos expresado por acabar un trabajo o cuántas excusas hemos encontrado para no afrontar realidades, evitar especulaciones o esconder sentimientos. Cuánta gente hemos perdido en nuestro crecer y cuántas veces nos hemos dado por vencido.
Ahora que el mundo parece parado, son muchas las voces que hablan de todo lo que este ligero encarcelamiento que vivimos va a cambiar en nuestra perspectiva de vida. Dicen que vamos a priorizar personas, actividades, sentimientos o momentos y que vamos a relativizar angustias, anhelos, preocupaciones y quebrantos. Argumentan que lo banal desaparecerá para florecer un nuevo momento.
Uff!! Que todos ellos me perdonen por su alto poder de optimismo. Yo creo que, los primeros días de libertad nos embriagaremos de actividad, puede que incluso corramos a abrazar a gente que no imaginábamos estuvieran en nuestro círculo de querer; pero, no seamos hipócritas. Cuando todavía estamos en medio del aguacero son continuas las discusiones públicas entre diferentes personajes y poderes, no imagino cómo pueden ser estas discrepancias entre personas que, de repente, conviven 24 horas diarias, por mucho amor que se profese y por mucho que se quiera sea tu pareja, tus hijos, tus padres…más de uno quisiera tener un perro para poder vivir en soledad un instante.
Hoy, en esta urbanización donde no hubo fiesta el 19 de marzo, donde no había aplausos a las 20.00 h, donde la calma, a veces, asusta, he escuchado de fondo (aunque perfectamente porque hoy hace muy buen día y he pasado la mayoría de la tarde en la terraza leyendo y escribiendo) una discusión en la que simplemente dos personas se pedían tener espacio.
No parecía una pelea conyugal sin solución, al contrario, los argumentos, desde la distancia, incluso se concebían razonables.
“Solo quiero un poco de espacio, ver otras caras, no eres tu…soy yo, o ¿acaso no quieres tú también eso algún rato?”. Más o menos, desde la distancia esas eran los testimonios. Y la otra voz asentía con un “a veces…, puede…, la verdad es que sí…”.
Es decir, que seguimos siendo animales sociales, seguimos necesitando hablar con gente, ver personas, establecer rutinas, pisar la calle… sin menguar por ello nuestros afectos a las personas con quienes compartimos espacio.
Sn embargo, este aislamiento social se ha convertido en el hecho real de contar con mínimos contactos con otras personas y eso, a veces, es mucho peor de asumir que sobrellevar esta coyuntura sola. Porque la soledad física no es ninguna carencia de afecto cuando se posee la sensación subjetiva de vivir en acompañada armonía de personas y de momentos.
En ocasiones buscamos respuestas a interrogantes que no requieren explicación sino sentimiento, porque como canta J. Manuel Serrat: “Cada uno es como es y cada quien es cada cual”.
No sé cómo acabarán la cuarentena las voces vecinas que me han ofrecido el argumento de esta reflexión, pero sí estoy convencido que, no mermara sus sentimientos; aunque de lo que sí estoy convencida es que ambos habrán aprendido. La única lección que este confinamiento sí nos va a enseñar es que nada puede ser igual.
Y aquí es donde debería acabar esta reflexión que he iniciado cuando el sol se ponía y yo permanecía sentada en mi terraza pero…el día me tenía una muy grata sorpresa. Con el cambio de hora y la luz todavía natural no me he percatado que ya eran las 20:00, parecían tímidos pero, puede, que desde ese mismo balcón donde hace un rato se lanzaban esos gritos ha comenzado el sonido de un aplauso, al que ha seguido otro, y otro y ha acabado en un aplauso generalizado de más de un minuto. Hoy, 17 días después del primer día de confinamiento, por fin he sentido la emoción que en casi todas las calles se ha sentido estos días y ¿sabéis?....me he emocionado.
Tal vez, todo mi argumento de este día quede ahora totalmente caduco pero, al fin y al cabo, así se ha desarrollado el día y así lo he sentido y, disculpar, así quiero hoy transmitirlo porque, lo que comenzó en incredulidad ha finalizado con un haz de optimismo. Quizás, sí se puede. Quizás, sí sirva todo esto para algo. Quizás, recuperemos la esencia de ser personas…quizás…, todo dependerá del empeño que cada uno pongamos en ello. Porque al final, cada quien es cada cual, aunque mi vecindario me ha demostrado que…a pesar de…puede que aún haya tiempo para creer en la gente.