Día 9 de #QuédateEnCasa

En este 21 de marzo, día mundial de la poesía, esta clausura forzosa ha recuperado el tono sombrío que ofrece el Mediterráneo enfurruñado, ese que no deja pasar el brillo de la luz que lo singulariza y que tanto anhelamos en este territorio en este primer día completo de primavera.

Una primavera sin luz en un sábado singular. El segundo de este reclutamiento que alcanza su noveno día de confinamiento. Una jornada en la que me he rebelado contra mis propias obligaciones impuestas. Prácticamente, menos el tiempo dedicado a colaborar con los compañeros que cumplen su jornada laboral, mi rutina autoimpuesta ha sido por entero incumplida.

Incluso he osado no utilizar el despertador y me han dado las diez largas en la cama, dormida, tal vez por el miedo a otra mañana, o quizás porque en los brazos de Morfeo, ni la distancia ni el tiempo, se entromete en tus sentimientos y puede volar la imaginación a otro lugar, otro momento, otra compañía...

Sin embargo, era inevitable alzar el día y allí que hemos ido.

Y hoy ha sido el día de la música, las imágenes y los recuerdos. Todavía no había concluido mi colaboración laboral cuando, con la radio de fondo una canción con un mensaje que estos días se engrandece y que balancea el optimismo necesario para afrontar la jornada con la realidad de esta insólita coyuntura. “Yo también lloré, estuve roto y dejé de creer, pero ahora es momento de volver a querer y darlo todo. Vamos, Vamos fuerte, vamos, no abandones, siempre fuerte, no nos vamos a rendir…por ti, por mí…Vamos Fuerte”

Acepté el reto y con la fuerza de la mañana, encendí el ordenador y aun pude compartir tareas laborales con los compañeros que siguen trabajando desde el servicio público de la radiotelevisión autonómica valenciana, en la radio, la televisión y las redes sociales.

Después, de nuevo mensajes balsámicos me han acompañado en la jornada matinal.

Vivir en una urbanización cerca del mar y alejada del bullicio de la ciudad tiene muchas ventajas, pero en estos días la balanza se decanta más por las desventajas. Siempre he considerado un privilegio levantar la persiana y tener ante mí el cielo y a la derecha el mar desde que ocupo este, mi hogar. Disponer de gimnasio, piscina y zona de ocio para los niños ha sido siempre un factor que le ha permitido a toda la familia veranear sin estrés, juntos, con la tranquilidad que representa el saber que la ciudad estaba a solo unos metros.

No obstante, acostumbrada a convivir en un vecindario casi familiar, estos días he notado a faltar abrir la ventana y escuchar los aplausos que parecen generalizados a las 20:00 h. Ayer ya os conté que aquí no hubo “festival musical fallero”; sin embargo hay casualidades y desde hace unos meses comparto patio con un compañero periodista y su familia. Se podría decir que antes de compartir ascensor, éramos solo conocidos, pero también uno de esos colegas que siempre he respetado profesionalmente, por su versatilidad, su rigurosidad, su humildad y su capacidad para comunicar.

Hoy, sabedor que solo unos pisos más abajo de donde comparte vivienda con su entrañable familia estoy sola en este confinamiento, se ha ofrecido para, eso que en muchos barrios se ha extendido, de portarme algo de compra o cualquier otro recado que no pueda yo realizar.

Sinceramente ha sido una sorpresa muy agradable que me ha emocionado.

Luego ha llegado el audio que la Junta Mayor de la Semana Santa Marinera está emitiendo cada día, unos relatos que me acercan más a mis raíces. El contenido de hoy concluía con quizás, uno de esos poemas, con los que más identifico mis sentimientos y que, me he atrevido a leer en el post anterior a la publicación de este diario de hoy y del cual recupero aquí alguno de sus versos:

 

“Assumiràs la veu d’un poble
i serà la veu del teu poble,
i seràs, per a sempre, poble,

…….

Potser et maten o potser
se’n riuen, potser et delaten;
tot això són banalitats.
Allò que val és la consciència
de no ser res si no s’és poble”

 

El poble de Vicent Andrés Estellés, es el que yo añoro porque es el meu poble, les meues arrels, els meus costums, la meua gent….el meu barri...

El poeta Félix Grande escribió: “Donde fuiste feliz alguna vez no debieras volver jamás…”, una frase que Joaquín Sabina, en la hermosa canción “Peces de ciudad” que cantó muchos años Ana Belén, modificó apenas diciendo “al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver”.

Y precisamente imágenes de uno de esos lugares, donde no hace mucho fui feliz, me ha llegado también por mensaje. Un amigo me recordaba un paisaje que visité recientemente, aunque hoy parece que de eso hace un siglo (qué lejano parece el ayer y que lento es el presente).

Es uno de esos rincones de nuestra geografía que, cuando pase este encierro condenatorio, espero volver a visitar porque, a pesar del mensaje poetizado de Félix Grande y Joaquín Sabina, sí hay sitios que he visitado varias veces y siempre he sido feliz; aunque también reconozco que hay otros donde, por mucho que me empeñe en querer, nunca logro alcanzar la dicha con la que sueño cada vez que me acerco a ese lugar.

Pero no hay que romper los sueños y mucho menos ahora que los creamos a borbotones. Son tantas las cosas que queremos hacer…actos, gestos, viajes, abrazos, detalles que diseñamos en el corazón para realizar cuando no nos dé miedo el mañana.

Mientras tanto, cuando nuestro silencio es el aliado, por mucho que la distancia y el paso del tiempo se entrometa para desdibujar nuestros planes y aunque hoy no veamos salida, nos quedan las imágenes, los paisajes, los perfiles y los recuerdos y hoy, para mí la música y la poesía, dos artes a las que he dedicado prácticamente esta extraña jornada de sábado.

Ahora bucearemos por si encontramos alguna película que nos evade tras escuchar las últimas noticias del día.

Volver