A veces la vida te ofrece algo. Puede que sea algo que no quieres, o algo que deseas, algo que no te conviene o que no te mereces, pero te lo ofrece. Y muchas veces te lo envuelve como un gran regalo. Pero entonces, ante tal privilegiado obsequio, tienes que decidir desde esa soledad inefable al ser humano, innata tanto en el que vive en sociedad como el que observa el mundo desde una cómoda atalaya protectora, tanto del que actúa movido por sus propios principios, como el que se mueve por esa amalgama de valores sociales, ideológicos o religiosos que incluso en mentes agnósticas parecen marcar muchos comportamientos.
Sin embargo, al final unos y otros acaban inmiscuidos en la más desgarradora de las luchas, la que pone en balanza conciencia y sentimientos, es decir, el querer y el poder.
Incluso cuando las cosas parecen ser sencillas. o las decisiones fácilmente aceptables, surge la dicotomía. Pero a veces, no eres tú quien decide. No dispones de la capacidad para elegir y son otros los que te ubican en lugares, son terceros los que elogian o desprecian lo que son tus virtudes o méritos, lo que tú eres, lo que sientes o lo que representas.
Y entonces, o bien pasas a ser sujeto pasivo a la espera de un “laissez faire, laissez passé” o bien, sin apenas parar en relamerte las heridas de la lucha en la que te has visto inmerso, te arremangas y tomas las riendas de tu propio ser.
En ese momento, tras tu personal lucha te topetarás con algunos que valorarán tu valentía, mientras otros te considerarán ingrato o desagradecido.
Será la subjetividad la que juzgue no solo tus decisiones sino tu propio ser. Pero en aquella, tu decisión, quedará marcada tu libertad, porque el hombre es un animal social e incluso aquellas acorazadas personalidades respecto a opiniones de terceros, quedan heridas emocionalmente muchas veces al ser despreciadas sus decisiones o desdeñados sus sentimientos.
De ahí el peligro de la generalización en la descalificación entre buenos y malos en multitud de duros procesos sociales, personales y laborales que la injusticia de la socorrida crisis económica y la posterior crisis política han puesto en primer plano.
Nadie dispone de la perfección y de la total razón, por eso cada vez es más urgente la libertad de conciencia, la propia, la exclusiva, la que te permite enfrentarte cada amanecer al mundo con orgullo y desde tu propia dignidad, aunque a veces en esa libertad tengas que descubrir personas, actitudes y sentimientos que hieren...
Sin embargo, incluso ante el abismo y como canta Serrat, siempre quedará algo o alguien que nos abocará a senderos de esperanza porque...
”Bienaventurados los que catan el fracaso porque reconocerán a sus amigos…
Bienaventurados los que contrajeron deudas porque alguna vez alguien hizo algo por ellos.
Bienaventurados los que lo tienen claro porque de ellos es el reino de los ciegos....