Los abrazos no se piden, se dan.
Los besos no se ofrecen, se regalan.
El querer no se promete, se brinda.
El recuerdo no se borra, se graba.
Las cosas no se dicen, se hacen.
Y ella pensó cuántas veces pidió aunque ofreció, prometió pero imploró, mendigó y buscó. Sentía que en aquellos instantes de irracional descontrol perdía la dignidad y, quedaba desierta de orgullo porque es imposible dar, regalar, brindar…sin esperar recibir.
Y mientras esperaba, solicitaba de forma enfermiza hasta llegar a implorar. En esos momentos, sin honor ni orgullo que defender, ambos perdidos por ruegos y suplicas reclamadas desde la insolencia o el descontrol, se sentía un ser vacío porque su presencia y sus gestos quedaban ausentes de valor por rutinarios.
Sin embargo, poco importaba lo ofrecido y recibido otrora. El ayer servía para llenar la despensa de recuerdos, pero no alimentaba el vacío del presente.
Abría el corazón aunque la factura fuera cara, pero necesitaba sentir. Por eso no permitió que eligieran echarle de menos. Hizo de su presencia una rutina para olvidar que la costumbre de dar no permite descubrir la emoción del notarte a faltar y, tras mendigar reiteradamente con egoísmo por el ansia de percibir, abarató su compañía, sus gestos y sus palabras.
Hasta que aquella tarde otoñal brotaron fantasmas en su mente. Sin confianza ni respeto propio poco importa que implores. Y aquella voz le llevó a una ladera que abrió su razón para descubrir en forma de emoción que, contra el vicio de pedir está la virtud de no dar, porque los sentimientos y las personas no se buscan, se encuentran.
Tras aquel día, desistió, dejó de escrutar, perseguir y rastrear y fue entonces cuando encontró la calma y halló casi todo lo que anhelaba.