Aquella mañana amaneció muy temprano, el brillo del sol le hizo parpadear al subir la persiana, aunque hacía horas que tenía los ojos abiertos, en realidad simplemente había vivido una noche larga en duermevela. A penas había podido dormitar algunos minutos. La emoción, los nervios, la ilusión, le habían impedido iniciar fresca la jornada, pero seguro que la ducha le ayudaría a templar la inquietud.
Entró en el cuarto de baño, encendió el viejo transistor sobre la repisa del lavabo mientras comenzaba a despejarse. Tras escuchar los titulares del informativo se percató que no había nada nuevo en el mundo y decidió que tal vez sería mejor escuchar música y escuchar su mundo interior.
Dio al on en el reproductor sin saber cuál era el cd que la sorprendería y, de repente, se encontró bajo el grifo de la ducha tarareando aquella canción. Cantar no era ni su fuerte ni tenía cabida en su personalidad, ni tan siquiera en los momentos de soledad y euforia era proclive a canturrear. Bailar y cantar, no eran actividades que la caracterizaran ni le agradaran.
Fue en ese momento cuando se percató que tal vez, hoy podía ser un día especial, hoy podía ser un día de abanico emocional. Sí, hoy era un día especial. Por una vez, estaba preparada para ganar.
Había perdido muchas batallas, en otras se había rendido, pero también había superado cruzadas inesperadas y regateado ofensivas beligerantes imprevistas. Los combates proliferaron insospechados, especialmente los últimos años cuando se convirtieron en vallas permanentes que saltar en el sendero de una vida que parecía concebida para guerrear.
El camino no llegaba sembrado de amapolas, el reto no sería fácil. Sin embargo, esta vez las ansias por asumir el desafío que afrontaba, aunque mantenían su pánico, el miedo estaba inundado de esperanza, de delirio, de confianza, de optimismo porque, por una vez, se sentía capaz.
Mientras se vestía notó su tacto tembloroso, comenzaba a percibir las amenazas que agarrotaron muchas de sus decisiones profesionales y casi todas las personales. No obstante, no sabía si era el sol, eran los años o era la posesión de una coraza forjada en la adversidad como tabla salvadora en los últimos meses, pero esa mañana se sentía grande. Desde hacía semanas había dejado de deshojar fantasías y se había preparado para afrontar con firmeza el envite.
Tomó un vestido al azar, ante el espejo se percató que quizás era algo descarado, sin embargo su tela se enredó en su cuerpo y decidió encerrarse en él, la elección fue irracional y ahora no quiso complicarse en razonamientos. Volvió a mirarse al espejo, no lo hacía nunca pero ese día se sentía plena y por unos instantes creyó percibir destellos de seguridad en sus ojos. Un collar, un foulard, tomó el bolso y ya en la puerta se percató que seguía canturreando. Corrió a apagar el reproductor del cd. No, si al final todavía llegaría tarde.
Cerró la puerta y mientras esperaba el ascensor lanzó un suspiro.
Hoy no empezaba todo pero se abría una ventana para dejar entrar una brisa fresca, limpia, seca, nueva. Mientras se subía al coche pensó que tal vez mereció la pena vagar por la calle de las dudas y el quebranto estos años, haber sufrido heridas y padecido alguna contusión, pero lo bueno, como lo malo tiene fin, la lluvia cesa, el fuego se apaga y las heridas cicatrizan. Liberarse del dolor fue difícil, hoy todavía lo era, pero al salir del garaje y contemplar el brillo de los incipientes rayos del sol que ese día iba a acompañarla verbalizó su emoción, “allá vamos”. Y arrancó el coche camino de un mundo, no un nuevo mundo, sino su mundo el que la esperaba, un mundo que la añoranza no perturbaría y el recuerdo, siempre vigente, no envilecería el aquí, el hoy, el ahora…