Al verlos juntos comprendió que todo había acabado. Ahora sí.
Aquella mañana, al salir de la habitación tras el gélido beso de un “hasta luego” sabiendo que no habría un después, no sintió que dejaban atrás esa extraña relación. Tal vez fue aquel desenfreno por devorarse piel contra piel y aquella forma de entregarse, los que acabaron con los tiernos abrazos y sensibles besos que hicieron flotar, poco a poco, algo que, en algunos momentos, simulaba un amor adolescente a pesar de su edad adulta.
Hoy, mientras lo observaba desde lejos intentaba retrasar el calendario en su mente para encontrar cómo pasaron de compartir inquietudes a desordenarse los sueños. Nunca fueron una pareja al uso, les distanciaban muchas más cosas de las que los unía, pero estaban bien juntos cuando conseguían bajarse del mundo que los rodeaba.
Durante meses intercambiaron convivencias, problemas y encuentros hasta que un día prefirieron sentir y dejar de imaginar. Después de aquella primera noche prefirieron intentar olvidar y olvidarse pero, en ocasiones, es imposible vivir la vida sin pasión. En la distancia, ella comenzó a teñir de sueños la almohada mientras él, más de una vez, amanecía con pensamientos de deseos ocultos.
Ante este manantial emocional era inevitable el “ven y abrázame” cuando tenían el viento favorable.
Pero pronto dejaron de ser los que fueron. Al buscarse ya no se encontraban.
Nadie tuvo la culpa de aquella ruptura. Abrir el corazón como hicieron ellos, les salió caro a ambos. Aquella entrega de amigos amantes les dejó cicatrices en las heridas que sangraban cuando comenzó la frialdad de las caricias de ella y los gélidos besos de él.
Pronto decidieron cambiar de escenario y volver a la escena de los amigos no amantes. Él encontró otros brazos donde refugiar sus ansias y brotar otra pasión. Ella se quedó en el intento de no rendirse en busca de un último te quiero mientras seguía lanzando preguntas al aire.
¿Amor fugaz?, ¿Amor cruel?, ¿amor cobarde?, ¿amor?, tal vez vivieron un sueño donde solo habitó el deseo.
Quizás porque hay cosas que con el tiempo no se olvidan., quizás porque hay caricias que no se ahogan ni en la escasez de un torrente, quizás porque desnudaba su alma cada vez que llegaba el momento, fue ella quien pagó el más alto precio con aquellos desprecios.
Esos desaires que se dibujaban cada encuentro en que él rechazaba sus besos y ella, sin orgullo y con escasa dignidad, cerraba la puerta de la habitación cabizbaja pero ansiosa de saciar con sus manos la sed provocada por unas caricias inexistentes de unos labios que ya no la querían besar.
Esos labios que hoy besaban otro rostro allí, al fondo de aquella sala donde la vida los había reunido. Ante esa imagen, ella sintió que solo podía dar tiempo al tiempo, porque a veces se marchitan los días, los besos y las caricias, pero nunca, tras una pasión se consume una llama mientras exista el fuego que provoca una lágrima….aunque sean lágrimas de un puñado de sueños reflejados en el espejo de los deseos.