Nunca quiso ser mayor. Aquel abanico de novedosas emociones que ofrece la edad adulta no era un atractivo para su libro de sensaciones. Pero el tiempo pasa inexorablemente y, hace tiempo que descubrió que es imposible parar el reloj. Su cuerpo estaba condenado a crecer y su mente obligada a descubrir.
¿Y su corazón?, él también parecía sentenciado a experimentar innumerables sentimientos que oscilarían entre la alegría y la tristeza, el placer y el dolor, la dicha y la pena, la ira y la prudencia.
Al fin y al cabo, la vida es un hallazgo permanente y, aferrarse a un tiempo, un momento y un lugar, no es más que un acomodo fácil a esa zona de confort que, todo ser humano, ansia casi desde que vislumbra su primera luz.
Sin embargo, acumular años y experiencias no venció su inocencia. Quizás porque nunca estuvo predispuesta a añorar la ternura de la sinrazón que gobierna la razón en la edad más temprana. Tal vez, porque jamás olvidó el atrevimiento que el desconocimiento convierte en osadía, para emprender aventuras, vivir, amar, disfrutar….
O simplemente porque nunca quiso renunciar a soñar.
Por eso, ante la algarabía que provocó a su alrededor la llegada de la tarta con una enorme vela, se encontraba desconcertada.
¡Pide un deseo!, escuchaba entre los cánticos de feliz cumpleaños y el, siempre incordio sonido de los matasuegras con los que se entretenían los más pequeños invitados a ésta, su fiesta de aniversario.
Hace tiempo que la tristeza, la nostalgia o la melancolía eran las que se adueñaban de los mandos de su central emocional el día que celebraba su nacimiento. Nunca entendía por qué razón se repetían esas sensaciones año tras año.
Al fin y al cabo, celebrar que se está vivo es el mayor motivo festivo que anhela el ser humano. Y siempre había alguien nuevo o algo único que merecía festejar.
Mientras continuaba sonando la música y todos se ubicaban a su alrededor, ella oteaba a unos y a otros, pero aquella forma de escudriñar era solo una actitud. No eran esas imágenes las que aparecían registradas en su baúl de recuerdos.
De aquella prima recordaba la permanente competencia con la que convivían en la edad infantil, por cierto, insolidaridad que continuaba hoy por parte de lo que fue en su día una niña caprichosa y hoy era una repelente señorita. Al fondo su primo, con él todos los juegos fueron siempre divertidos.
Se paró un instante a contemplar a sus tíos y así logró que llegaran a su mente los recuerdos de tantos y tantos veranos compartidos en aquella pequeña casa cercana al mar donde ellos ejercían de eternos anfitriones. Los guisos de la tía, los empeños del tío en mostrar rincones, paisajes…
Allí estaba también el abuelo, como siempre pendiente de evocar batallas no vividas y fábulas imaginadas. Cercanos, como siempre, estaban sus amigos, los de verdad, los incondicionales, los que siempre la acompañaban, la mayoría de las veces en silencio, sin preguntar ni buscar explicaciones nunca de nada.
Completaban el cuadro a su alrededor sus padres y sus hermanos. Su presencia siempre era gigantesca. Ellos eran los que, inevitablemente, incluso sin ni tan siquiera pretenderlo, marcaban el ritmo de sus emociones, sus acciones, sus decisiones e incluso sus omisiones, sus actitudes, sus alegrías y sus quebrantos.
Los últimos en llegar a su vida eran, sin embargo, los que hoy ocupaban los mejores lugares a su alrededor en aquella fotografía. Los más pequeños, hijos, sobrinos, ese amplio grupo de seres menudos que, sin pretenderlo, ocupaban los más amplios huecos de los corazones de todos los allí reunidos.
¡Qué pida un deseo!, insistían todos de nuevo. Ella seguía escrutando en su interior en busca de…un deseo. ¿Trabajo?, ¿salud?, ¿amor?…. Cerró los ojos, recordó los que hoy no estaban en ese lugar, los que pasaron por su vida, los que marcharon para siempre, los que, sin presencia física ocupaban grandes espacios y las emociones que percibía de toda esa gente que sí estaba allí. Suspiró… y sopló las velas.
Todos aplaudieron y entonces ella percibió que solo ése era su deseo. Porque, a veces, el mayor de los deseos es poder mirar alrededor y sentir en silencio y por completo cómo es tu verdadera vida.