Hace un año, solo y tanto tiempo. Hace poco más de ¡¡¡12 meses!! cuando queríamos salir de la jaula en la que se había convertido nuestra casa. Soñábamos con un paseo, con compartir con nuestros familiares y amigos, con vernos no solo a través de una pantalla digital, queríamos tocarnos, “libertad” de movimiento, olvidar el teletrabajo, recuperar nuestras rutinas, ir al cine o al teatro, visitar museos y no solo realizar paseos virtuales, devorar lecturas o atracarnos de series de televisión.
Idealizábamos nuestros imprevistos automatismos mientras divagábamos sobre cómo sería nuestra rutina post-confinamiento, cuando apenas habíamos comenzado a escuchar eso de “nueva normalidad”.
Fantaseábamos con un verano al aire libre, con paseos, con comidas con familiares y amigos, pero, inquietudes económicas y recelos laborales al margen, ¿cuántos quisieran volver a aquel estado de alarma que nos mantenía encerrados?
Hoy, aquella prisión se ha convertido en refugio, a pesar de que algunas jornadas vuelve a ser una oscura mazmorra.
Un año después son muchas las ausencias y muchos los instantes que han migrado y que hace que, en algunos soplos del tiempo incluso evoquemos aquellos momentos. Yo los añoro. Sí, confieso que noto a faltar ratos compartidos con las familias en videoconferencias, extraño conversaciones con amig@s, echo de menos aquellos mensajes en los que el miedo o la incertidumbre nos permitía desnudar nuestras emociones sin sonrojo y verbalizar nuestros sentimientos a amigos, familia...
Cuántas veces dijiste, escribiste o leíste un “te quiero”, un “quiero verte”, un “te echo en falta", un "qué ganas de...".
Hoy, en 2021, ¿ya nos nos queremos? La presencia del virus sigue ahí, las circunstancias nos han permitido avanzar en “libertad”, podemos hacer más cosas, pero expresamos, decimos y escribimos muchas menos “cosas”.
Ya no manifestamos nuestros sentimientos y no nos embarga la melancolía o la nostalgia que nos facilitaba nuestra desnudez emocional.
Al levantarse la veda, hemos preponderado algunas cosas y relativizado otras, asumiendo la vivencia de una etapa en la que desaprovechamos muchos instantes y estamos perdiendo a muchas personas. Algunas han marchado con la parca condenadas por este virus que les ha arrebatado la vida, otras han establecido prioridades en las que tú, tal vez, ya no eres preferente. También las hay que, con el establecimiento de una nueva rutina estresante que nos obliga a ganar tiempo al tiempo, a crear hábitos y una normalidad en la que el estrés nos devora, no dejan espacio a quien o a aquello que ocupó un lugar prioritario durante el encierro de la primavera del 2020.
Nuestra vida está marcada por el presente, el ayer son solo recuerdos y el mañana lo creamos desde el hoy y hoy, ahora, este ritmo vital acelerado y constante, no nos permite mostrar nuestras debilidades, aquellos mensajes, lecturas y conversaciones, otrora casi necesarias, ahora se han volatizado.
Esta pandemia ha castigado muchas relaciones y ha condenado a otras tantas. Los escépticos que dudaban ante titulares que “vendían” la llegada de un cambio racional y emocional de la sociedad cimentado en principios de solidaridad, generosidad, honestidad, etc. han comprobado cómo sus dudas son hoy la dura realidad.
En este nuevo mundo ha surgido sublime el egoísmo, el individualismo, la ambición, el materialismo, el narcisismo, la ruindad…la soledad.
El altruismo abnegado que fue enarbolado cuan estandarte referencial de un tiempo de deleitosa perspectiva solidaria simplemente no existe. El universo ordenado ha sido envilecido y finiquitado por la mezquindad y la codicia. Y en esa travesía cayó por la borda también la esperanza, la ilusión y la confianza en la creencia de un compromiso humano con el prójimo.
El estado de ánimo de la sociedad no es óptimo. La crispación nos afecta en exceso y el hartazgo llega hasta nuestro círculo interior. La espiral ante la necesidad de sobrevivir al virus, salvaguardar nuestro puesto de trabajo, cuidar nuestra economía, ocuparnos de nuestros seres queridos o encontrar la energía y los pensamientos que nos permitan sumar días que nos facilite otear una perspectiva briosa y saludable, ha censurado nuestros sentimientos y ha fulminado aquellas comunicaciones sensitivas hasta sentenciarlas.
Hoy el teléfono suena poco, los mensajes son clarificadores, las palabras no permiten interpretaciones, ya no hay intrahistoria. El intercambio de comunicaciones no ofrece resquicios para abrir nuestro interior, porque volvemos a vivir hacia afuera y en el exterior reina la soledad, los prejuicios, los silencios...
Los tímidos gestos que nos emocionaban ahora son retraídos, no existen, las palabras que consolaban y aplacaban aflicciones y desvelos no se expresan y, en consecuencia, no se perciben. Seguimos sin recibir el cobijo del abrazo tranquilo, sin sentir caricias y sin entregar ni recoger besos. Intercambiamos miradas comunicativas (pocas), pero no hay gestos y ni tan siquiera utilizamos las letras ni la fuerza de envolverte en el bienestar que ofrece encerrarte en unos brazos, acunarte ante el sonido de una palabra o la lectura de unas frases que serenen tu fisiología y tu psicología, tu cuerpo y tu mente.
En muchos cuerpos, la serotonina escasea casi tanto como crece el cortisol (hormona que favorece el estrés) y eso mengua nuestro bienestar, tranquilidad y eso que denominamos felicidad.
Vivimos al límite, nuestras horas laborales ocupan más tiempo que nuestro tiempo de ocio. En general, nuestra dedicación a la familia y amigos es menor que la que brindamos a nuestras tareas profesionales. No disfrutamos de un amanecer ni nos reconforta un paseo a orillas del mar. Estamos cansados y en general, incluso rodeados, nos sentimos solos, vacíos, ausentes, perdidos...
Tal vez este retrato de esta época está tamizado por unos ojos y unos sentimientos turbados por una tarde de un abril primaveral de nubes y claros junto al Mediterráneo,, pero…al fin y al cabo, esta es la respuesta de hoy a la interrogación de CaraLibro sobre qué estoy pensando porque, ahora, hoy, estos son mis pensamientos y mis sentimientos..