¿Te Acuerdas de Mí?

 Después de 10 años el recuerdo seguía ahí, aunque la cicatriz estaba cerrada. Hace tiempo que borró todas las marcas que los labios de él le dejaron en su piel. Después de unos primeros meses de espera, ahogó las noches en soledad con amores fugaces, pero el corazón seguía anclado en otro corazón.

     Sin embargo, aprendió a vivir con su ausencia y, ahora, sabía que estaba mejor sin él. A pesar de esos extraños golpes de recuerdos que, a veces, estremecían sus sentidos al todavía sentir, en inhóspitos rincones de su cuerpo, el calor que le provocaban los paseos de las manos de él.

      Por eso, aquella llamada desarboló su razón.

-Hola, ¿te acuerdas de mí?.

      Imposible matar el recuerdo de aquel tono de voz que percibía como una vibración en sus entrañas.

     Tardó varios segundos en reaccionar. En un primer momento pensó desconectar el auricular, pero de nuevo escuchar aquel “¿sabes quién soy? la devolvió a otro momento, otro espacio, otra emoción. Decidió que, quizás, era el momento para expresar todo aquello que un abrupto adiós impidió hace más de una década, más de 100 meses…todo aquello que evadió con su inesperada huida.

-¿Te acuerdas de mí?, repitió él.

Sorprendentemente ella se sonrió.

-¿Dudas que me acuerde de ti? dijo.

       Durante un puñado de años vivieron una relación que les hacía perder el control irremediablemente. Se rompían las vestiduras en cada loco encuentro. El deseo mutuo era casi enfermizo, por eso se empeñaban en olvidar los centenares de razones y motivos que les obligaban a vivir separados para crear un mundo delirante en el que no intentaban esquivar el amor.

       Precisamente fue esa enfermiza sin razón la que condenó aquella relación para volver a las rutinas de una vida serena y ordenada,  sin estar encadenados a un enloquecido sentimiento. Sobraban razones para decirse adiós, pero, empeñados en creer que el compromiso es la mejor de las rutinas, abandonaban cada intento de intentar vivir sin más, vivir sin sus caricias, vivir sin su aliento, vivir sin la atadura a un amor…una pasión.

        En ocasiones, ella no se reconocía, su fuerte carácter quedaba anulado sumida a una pasión. Más o menos como él que, evitaba los encuentros, huía de sus caricias, rechazaba asiduamente sus besos pero a igual que él no imaginaba ahogar el frío sin el cuerpo de ella, ella no imaginaba vivir sin él.

      Convertir la vida de dos seres en un solo mundo no es un hábitat saludable para la mente….ni para el cuerpo.

        Tal vez por ello, fue ella la que un día decidió marchar para ir detrás de un sueño. De otro sueño, una fábula real que incluyera travesías con tempestades  y calma donde hubiera noches frías pero donde recobrara el pulso, el control, la razón a una vida abstraída en la sinrazón de la necesidad del aliento de él en su cuello a cada instante.

       Una mañana gris, precisamente gris en una ciudad con sol permanente, ella decidió marchar para no volver. A punto estuvo varias veces de abandonar aquel intento que fructificó por la fuerza que da el miedo a lo desconocido.

       Marchó a otra ciudad, inició un nuevo trabajo, abrió nuevas puertas, experimentó otras sensaciones, sin embargo, seguía encadenada a una pasión que no volvería a sentir.

       Él la dejó marchar. Supo que no la podía retener desde el momento que sus silencios se hicieron cada vez más asiduos. Desde que se conocieron sus idas y venidas eran constantes, ella quería ser aire y de vez en cuando, desaparecía.

        Él notaba como ella se ahogaba, quería respirar con la fuerza que solo otorga la libertad del viento. Era entonces cuando ella recurría a la distancia, el silencio, el vacío de una presencia. A veces sumaba días, llegó incluso a sortear sus ausencias durante semanas. No respondía sus llamadas, obviaba sus mensajes y ocultaba sus ganas de sentirlo en la piel.

       Él sabía que llegaría el día que ella convertiría esos momentos de frialdad y distanciamiento en un adiós definitivo. Le cubría la certeza que ella dejaría de aparecer entres sus calles, rompería esas vías de comunicación que los mantenían permanentemente en contacto y que durante todo su singladura juntos le sorprendían de forma continua. Y le gustaban.

     Llegaría el día que alguno de esos vientos la convirtieran en cometa. Entonces, ella volaría y no volvería a enviar mensajes llenos de emoticonos, dejaría de remitirle emails, desconectaría el teléfono a sus llamadas y….. pasaría el tiempo.

       De todo hay un final. Y aquel final llegó hace diez años.

       Hasta que aquella mañana él dejó de lanzar preguntas al aire. Marcó su número y esperó que el teléfono diera uno, dos, tres, cuatro tonos….Colgó.

      Al instante volvió a intentarlo. Sonó el teléfono una vez, dos veces, tres veces y ella respondió. Esta vez, al escuchar su voz se percató que no había sido un amor fugaz, aunque ahora él solo quería saber si…

-¿Estás mejor sin mí?,

-¿Piensas en volver de vez en cuando?

-¿Me llegas a extrañar?

       Ella, entre abrumada y sorprendida, entre emocionada y avergonzada, entre el deseo y el amor, no quiso reconocer que el olvido había sido muy largo y se acostumbró a vivir sin poder olvidar.

       En ese instante, su corazón sintió un escalofrío y decidió parar el tiempo.

      Hablaron durante largo rato, hablaron incluso sin decirse nada, pero una década después no eran los mismos aunque ambos estaban ahí ahogando secretos en nostalgia recordando un amor que nació y murió bajo la piel…..porque, a veces, puede más la profundidad de una emoción que la lejanía, el tiempo y el inexorable transcurrir del río de la vida.

Volver