Va de Bo!
Llegó el momento. Iniciamos la segunda fase de la desescalada.
Atrás quedan los días grises, las jornadas de lluvia, el encierro impuesto, las videollamadas, las celebraciones familiares internautas, los conciertos gratuitos en directo a través de plataformas digitales de conocidos artistas, la Semana Santa Marinera que no fue, las horas de ejercicio físico, aquel día que ¡por fin! comí el arroz de mamá, los libros devorados, los aplausos a las 20:00 h, las historias no publicadas, el aburrimiento, la soledad, el silencio y…este diario.
Permanecen las colas en los supermercados, las franjas horarias de paseo de nuestros mayores, la distancia social de los dos metros, las mascarillas en los rostros de las gentes, el teletrabajo (que como el covid –aunque este sin espera de vacuna-, ha venido para quedarse) y la ausencia de besos y abrazos.
Y ha vuelto el ruido, la gente ocupa las otrora calles vacías y hasta el olor a sociedad se percibe en los espacios abiertos. Se abren los centros comerciales y, al igual que la Navidad o la primavera parecen llegar cuando lo “anuncia” El Corte Inglés o Coca Cola, ahora, la “nueva normalidad” ofrece también este hecho como determinante para demostrar que “lo peor ha pasado” (porque mañana, señoras y señores abrirá El Corte Inglés).
Sin embargo, la irreversibilidad del tiempo no nos devolverá una primavera de zozobra, más lluviosa que florida en el mediterráneo. El final del tiempo en barbecho no nos permitirá resolver ipso facto todas aquellas cosas pendientes o planificadas “antes de” (viajes, reuniones, encuentros, congresos, celebraciones festivas, trabajos –miles perdidos y otros miles inmersos en ERTEs-), ni restaurará el dolor de la pérdida de amigos o seres queridos marchados con la parca por culpa del bichito o simplemente, por las consecuencias en la salud inherentes al periodo de enclaustramiento.
Ahora toca empezar; pero no podemos romper lo vivido, olvidar lo sentido, calmar los deseos, refugiarnos en las ausencias, taponar súbitamente las heridas o desdeñar los recuerdos. Debemos, pero, no podemos.
Yo al menos no puedo y personalmente me sorprendo mirando de otra manera el mundo y al mundo.
Esta novedosa etapa nos insta a ser valientes, superar el síndrome de la cabaña, despertar de esta pesadilla y confiar inocentemente en la llave que se nos entrega para abrir nuevos senderos fuera de esta atalaya en la que, cada cual, ha convertido su hogar o su prisión.
Todo parece tan atractivo que, en ocasiones, te sientes hipnotizada ante tan inexplorada perspectiva creyendo que vamos a ser los sujetos de nuestro futuro.
No obstante, confieso que yo soy de las personas escépticas sobre el deleite de la “nueva normalidad”, ya sabéis que no creo en los cambios en positivo a pesar de lo pasado en común, porque son muchos los brotes desestabilizadores en aquellos campos que, aunque huyamos de ellos, van a marcar nuestro mañana: la política y la economía por ejemplo. Habrá que recuperar puestos de trabajo, avanzar en inversiones, reformar el sistema sanitario, remodelar el sistema educativo, compatibilizar el bienestar social con una economía quebrada… ¡Y son tantos los interrogantes!
Luego está la intrahistoria, que en realidad es la historia de nuestras vidas, nuestro libro de vivencias en el que cada cual dispone de un catálogo de inquietudes y preocupaciones y un abanico de ilusiones, proyectos o expectativas. Casi todas aquellas que existían un 13 de marzo fueron almacenadas en el desván donde el bichito nos obligó a aparcarlas. Ahora no solo hay que desempolvarlas, sino adaptarlas a una coyuntura en la que algunas necesitarán una reestructuración y otras serán bagatelas que no tienen cabida en este tiempo porque han llegado otras incertidumbres, anhelos, necesidades, recelos, objetivos, ansias…
Nos piden empatía y solidaridad, pero hemos de conjugar estas aportaciones generosamente a pesar del desdén que, desde algunos colectivos (públicos y privados, ajenos y familiares) esgrimen hacia nuestra cotidianeidad y nuestro devenir tan alejado hoy de aquella “antigua rutina” que, en estos momentos nos tendría planificando las vacaciones, acomodando emociones a la llegada de la época estival, coordinando trabajos, compartiendo quereres, construyendo sueños…
A pesar de los presagios, lo único que nos permitirá avanzar colectiva e individualmente es la gestión de nuestras actividades, emociones y sentimientos. Solo esa diligencia pondrá a prueba nuestra paciencia y capacidad de reacción para ubicar la serenidad como prioridad ante la incertidumbre, resetear nuestras aspiraciones y objetivos, sincronizar nuestras convicciones y… abrir los sentidos.
Va de bo! Zarpamos, con dudas y con ideales, con principios y con temores pero, ya es irreversible, las galeras están repletas de demasiadas cosas y llegó el momento de salir del puerto e iniciar la travesía, surcar mares, navegar en aguas en calma, remar entre tempestades, ajustar las velas, aprovechar el viento a favor, eludir quebrantos y coger fuerte el timón, porque “los barcos no se hunden por el agua que los rodea, sino por el agua que entra en ellos”. Cerremos compuertas y aceptemos el reto de calmar el miedo a nuestro miedo.
No será fácil, no es fácil, pero…”cuando se inventaron las excusas se acabaron los errores”. Y hoy no nos podemos permitir ni más errores ni más excusas, ni como individuo ni como sociedad.
Aunque, cada cual puede elegir. La disyuntiva es discernir entre la voluntad de VIVIR o solo querer sobrevivir.