Día 3 del #Desconfinamiento #Fase1

Ahora que se acerca el final, estoy rara. Yo no sé vosotros pero a mí, esto de la desescalada me ha desubicado bastante. Solo faltaba que además se funcionara con fases. No solo hay día y noche, ahora hay territorios donde la familia y amigos trabajan, otros donde no, hay horas en las que algunos están de paseo, otros no, etc.etc.

Durante el confinamiento el día a día era más homogéneo y al estar generalizados los tiempos consolaba sentirse unido al resto de conocidos, amigos, familiares, pero ahora….
Esos días parecen tan lejanos.

Hace solo unas jornadas todos estábamos encerrados, y teníamos un sobreabastecimiento de webinars con ejercicios físicos, oportunidades de presenciar conferencias, clases gratis de idiomas, MOOCs y hasta proliferaban las ofertas culturales de conciertos, películas, obras de teatro, descubríamos habilidades, nos aburríamos...

Además, en cualquier momento podías recibir una llamada, video llamada o enviar un mensaje sin esa sensación de inoportunidad que ahora se extiende porque, no sé si os ocurre a vosotros, pero yo no sé de memoria si estará trabajando la o el receptor con quien te apetece hablar, si es la hora que están paseando los niños, trabajando o están de ejercicio o vete tú a saber qué…

Con esto de las fases y las franjas hasta para llamar a mis padres miro el reloj por si es la hora que pueden estar paseando un poco. Si llamo a casa y cogen el teléfono a la primera, mala señal. Hoy no les apetecía salir (y para ellos el ejercicio es importante para ambos). Si no descuelgan tras varios tonos comienza la alarma, hasta que ¡Ay! claro, es la hora que pueden salir y quizás han bajado a estirar las piernas al aire libre.

Luego está el trabajo. Ya os he comentado que estamos en una época de cambios en el medio que tengo el honor de trabajar y, aunque en todo momento, mis jefes/amigos directos me hacen partícipe de cualquier novedad o me piden colaboración para de forma conjunta elaborar proyectos, etc. también estoy generando cierta ansiedad por la falta del contacto físico.
Quiero estar allí, aunque, por otra parte, he de confesar que me da miedo volver porque…allí tampoco nada está como antes, ni tan siquiera el espacio físico.

Esta tarde, tras conversar un rato con un compañero, se me ha ocurrido preguntar si todavía mi espacio en la mesa que comparto existía tal cual. Él me ha respondido con uno de esos emoticonos que siempre te extraen una sonrisa pero, sinceramente, temo el día de volver, un tiempo que, por otra parte, parece lejano si continúa el vaivén de mi voz o los férreos controles sanitarios según en qué empresa o territorio durante esta desescalada y más estando de alta médica voluntaria…
No se discernir si me calmaría el desasosiego estar allí o me ofrecería más inquietud. Lo que me molesta es no tener la libertad de elegir. Me siento rehén de ese historial médico que, claro, estudiado desde la distancia incluye muchas pequeñas cositas que me convierten en “persona sensible”, incluso ahora que me encuentro físicamente en, tal vez, el estado físico más óptimo que creo recordar haber sentido desde hace mucho tiempo.

Por otra parte, mis desvaríos psicológicos entorno al miedo tienen tan amplia gama de temor que he de reconocer que también soy muy partidaria de eso que llaman desescalada gradual e incluso, después de la explicación que ofreció ayer la subdirectora general de Epidemiología de la Consellería, Dra. Herme Vanaclocha, sobre las razones por las que la Comunidad Valenciana no está preparada para la fase 2, me alivió recibir ¡por fin! una información científica que me ha facilitado hacer más comprensible este tiempo de incerteza y tan escaso de claridad. (Solo hace falta observar un rato el debate en el Congreso de Diputados cada miércoles de petición de prórroga del estado de alarma por parte del Gobierno para, parafraseando el libro de John Gray, sentir como si la sociedad ahora no se divide en hombres o mujeres, sino que “unos somos de Marte y otros de Venus”…o de la luna y las cloacas, metáfora que también considero adecuada ante pasajes de tanta mezquindad que hemos de soportar ver o escuchar últimamente).

Hemos deseado tanto que esta pesadilla muriera que ahora hay contingentes que parecen insuperables, aunque siempre busquemos motivos para mirar adelante.

El caos vivido, o el que persiste y estamos viviendo, hace que la percepción del paso de los días nos produzca, casi por igual, momentos de irritación con momentos de optimismo, pesadumbre o esperanza…

Era ilusorio creer esos días de enclaustramiento que todo se resolvería cuando pudiéramos “salir a la calle”, pero es tan fugaz el instante de alegría al poder ver de cerca a tus seres queridos. Porque, imagino que como a vosotros, a mí me sigue hiriendo en las entrañas ver a mis sobrinos a dos metros y no poder achucharlos, ir a casa de mis padres y no poder besarlos, querer compartir un rato con amigos y no poder verlos.

Desde luego, no tenía dudas, pero ahora sí corroboro al mil por cien que jamás la distancia es olvido, yo creo que incluso los sentimientos se han agrandado o empequeñecido más en esta extraña etapa. Quiero mucho más a la gente que antes ya quería, pero ahora soy más consciente del cariño que profeso a familiares, amistades e incluso conocidos cuya presencia en mi vida no la valoraba tanto. De la misma forma que admito que he apartado en el cajón del olvido a personas que, sin razón objetiva, no sé los factores que lo provocan, pero no me apetece nada hablar con ellas o ellos. La afonía ha sido una excusa estas semanas, aunque también un alivio para no haber de crear excusas ni ofrecer justificaciones.

Yo soy de las que, de vez en cuando, le gusta estar en su cueva, sacudir algunas sensaciones y asomarme al exterior con nuevos bríos. Hoy por hoy, no sé si prefiero estar en la cueva o en una llanura a pleno sol. Bailo demasiado con sentimientos extraños.

Por eso a veces, quien menos te imaginas te recuerda la importancia de amar, querer, desear…VIVIR.

Hoy ha sido así. De forma inesperada, desde la naturalidad de un simple gesto, he recobrado la emoción del valor de sentirse querido, porque a veces no se trata solo de dar, sino también de recibir, sin que ello conlleve un halo de egoísmo.

Así me he sentido hoy, privilegiada, cuando, después de más de dos meses he dado y recibido el primer beso “post-coronavirus”. Y no ha sido ni de mis padres ni de mis sobrinos, hermanos o alguna de esas AMISTADES inefables, ha sido de mi abuelo.

Sí, después de varios días hoy he subido a verlo al pasar por casa de mis padres con la excusa de ir a la farmacia. El abuelo con 96 años, y mientras le hablaba desde la puerta del salón a los casi 2 metros reglamentarios, al despedirme después de intercambiar 4 frases sobre cómo estás, qué tal el trabajo y poco más, me ha dicho: “acércate” (la cabeza la tiene perfecta, son solo las piernas las que apenas le responden y hace casi un año, creo, que no ha salido a la calle). A su “sugerencia” le he respondido: “no yayo, no puedo que vengo de la farmacia y tú estás aquí solo, a ver si…” y mi abuelo, que, a pesar de su edad mantiene un vozarrón que lo caracteriza como sabéis todos los que lo conocéis, ha repetido “haz el favor de venir aquí y darme un beso”. Así, como una orden.

Yo, que incluso le hablaba con la mascarilla puesta, he insistido “yayo, que no me puedo acercar” y de repente, me pega un grito con su tono grave de voz (que no sé cómo no se ha oído desde la calle con todas las ventanas abiertas) y me dice “qué puede pasar, qué me muera, al menos me muero con un beso de mi nieta”. En ese momento me he sonreído ante la ocurrencia y, por supuesto, visto su tono de voz, a ver quién se negaba.

Me he acercado cautelosa, más que para dar, para recibir un beso suyo, y no ha sido hasta ahora que lo verbalizo aquí, cuando se me ha escapa una lágrima. Creo que hacía mucho tiempo que no me conmocionaba así un beso y mucho más que no sentía tanto cariño físico de mi abuelo como el que, con ese beso, me ha entregado apenas unas décimas de segundo esta tarde.

Con 96 años, solo quería que me acercara a darle un beso y os aseguro que mi abuelo tiene muchas virtudes pero lo de ser cariñoso o “regalar” besos, no va mucho con él.

Pero…algo hacía que hoy fuera el día y que recobrar mi pulso a la realidad y no a esta fábula en la que, sin pretenderlo, he construido mi día a día entre ensoñaciones y utopías.

No hay duda, siempre es sabia la naturaleza y es un valor la experiencia de los años, la riqueza de la vejez y la sabiduría que ofrece la certeza de saber qué quieres querer.... y, a veces, nos cuesta tanto ver el brillo de la luz en el bosque…

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