Esta fase 0 se cierra hoy, casualmente el Día Mundial de Internet y la jornada que precede al Día Internacional de los Museos. Por eso, hoy domingo a través del mundo digital he realizado un paseo virtual por varias salas museísticas, un rastreo que me ha ocupado buena parte de esta tarde de domingo de un 17 de mayo (San Pascual, així que cosins, tio i iaio, allá on estigues, FELICITATS) perderme entre las exposiciones que te llevan allá donde no sabes cómo hacerlo.
Yo me considero una analfabeta en ARTE, no tengo capacidad para valorar la calidad de una obra, solo sé ante qué me enajeno y cuáles son las sensaciones que me provoca contemplar un cuadro o una escultura.
María Moliner define el arte como la “actividad humana dedicada a la creación de cosas bellas”. Pero, tanto los gustos como las sensaciones, son subjetivos y, por tanto, lo que para una persona parece bello, para otra puede resultar simplemente poco atractivo.
Sin embargo, puesto que María Moliner nos permite considerar la emoción como pilar fundamental para designar algo como arte, hoy me he perdido visionando algunas exposiciones a las que internet me ha permitido acceder en busca de sensaciones. Así he paseado de nuevo ante exposiciones presenciadas y ante otras nuevas que he descubierto en las cuentas oficiales del IVAM, el MUVIM e incluso me he trasladado al Guggenheim de Bilbao, uno de esos “mis lugares”.
Con cada uno de estos tres espacios museísticos mantengo una relación sensitiva diferente. El IVAM me traslada a mi época juvenil, a esos primeros años de un museo que, durante demasiado tiempo fue desacreditado con exposiciones como la de la “excelente” artista Mónica Ridruejo, ex directora de RTVE, exdiputada del Parlamento Europeo por el PP y licenciada en Económicas.
Recuerdo cómo me impactó aquella muestra que se alejaba enormemente de ser un recorrido por el arte moderno. En su momento describí como “ni tan siquiera su temática colorista con tintes marinos eran sugerentes” ni te permitían percibir la contemplación de eso que, bajo el epígrafe de “arte”, atrae esas sensaciones comentadas líneas arriba sobre la enajenación de la realidad y la alteración de las emociones. Era un gélido paseo entre objetos lo único que te movía interiormente aquella muestra a la que acudí precisamente para tener capacidad de criticarla como hice y como todavía hoy recuerdo tan ingratamente.
También me viene a la mente otra presencia en el IVAM de esa “gran artista”¿¿??, Agatha Ruiz de la Prada. Una exposición que según la guía que la presentaba te permitía contemplar “sus clásicas libretas, zapatos, botas y vestidos para los más pequeños de la casa, en una exposición titulada 'Happy LittleGirls'”. Vamos, que era poco más que un catálogo de cualquier tienda de esta diseñadora.
En su momento me originó rabia estas programaciones, pero ahora evocar el IVAM me ofrece sosiego y esperanzas.
Durante demasiado tiempo se desacreditó un museo que nació como vanguardia artística en los años 90 del pasado siglo y que fue cortijo durante casi dos décadas de un grupúsculo de personajillos. Solo hemos de repasar la actualidad y comprobar cómo, quien durante años fue su directora, está siendo juzgada por fraude, malversación o prevaricación, pero no por lo que, a mi entender, fue lo más grave, el envilecimiento como espacio cultural referencial de un IVAM. Institut Valencià d'Art Modern. que en su XXX aniversario ha recuperado su referencia en el universo artístico, de ahí mi esperanza en este lugar.
No obstante, he de reconocer que los últimos años me he aficionado mucho más al MuVIM, Museu Valencià de la Il.lustració i de la Modernitat . Es el museo que visito con más asiduidad porque en su oferta museística incluye la programación de charlas, conferencias y un amplio abanico de actos culturales. Esta tarde mi paseo virtual por el MUVIM me ha llevado a la exposición “De la Valentia romana a la València baixmedieval” ( https://youtu.be/Ayi3F8QlJsk ), antes había hecho un rápido visionado de la muestra “Temps Convulsos” del IVAM (https://youtu.be/Dm3WXGzBsJY )
Sin embargo, me sonroja confesar que en la previa del Día de los Museos he salido de mi ciudad para recobrar las emociones de un espacio que me cautivó desde nuestro primer encuentro, el Museo Guggenheim Bilbao
Una construcción que me tiene, desde aquella primera vez que nos conocimos, rendidamente enamorada. Adentrarse en él me enajena tanto como la contemplación de sus fachadas, aunque nuestro “amor” se fue forjando poco a poco.
La primera impresión cuando nos encontramos fue la de estar contemplando un edificio imponente; pero servidora, una amante de los símbolos, veía demasiado titanio apelmazado.
Era una descomunal obra de arte arquitectónico de siglo XXI que andaba incrustada en una urbe del s. XX cuya imagen tenía predeterminada en mi imaginación por el Bilbao de Unamuno y el recuerdo de la ciudad modernista descrita en la novela El Intruso de mi paisano Vicente Blasco Ibáñez que había leído solo unos días antes de aquella primera visita a Bizkaia.
Aun así, vislumbrar junto a la ría aquel templo del arte provocó ese “oooohhhh” de admiración.
Años después, en nuestro segundo contacto, el museo inició ya en firme su proceso de seducción para conmigo (¿o fui yo quien resquebrajaba mi armadura para sucumbir a sus encantos?). Ya me parecía algo más que un espacio monumental. El entorno había optimizado su atractivo y la sensación de contemplar algo majestuoso iba tomando cabida en ese rincón donde se anidan las emociones.
El hechizo seductor culminó el día que crucé sus puertas y pasé casi por entera la jornada en su interior. El diseño espaciado y las cortinas de vidrio que lo envuelven abrían, no obstante, hueco a la sensación de libertad, aunque estuvieras encerrada en sus entrañas.
Con el paso del tiempo percibí que no fue aquella exposición que contemplé lo que me rindió a él, sino el aislamiento mundano que me ofrecía el paseo por sus diferentes salas que hicieron que una inculta en esta disciplina del “arte” observara, escuchara y…sintiera.
Desde entonces, aunque sea un instante, en cada una de mis visitas a la ciudad del “botxo” voy a su encuentro. En ocasiones se queda solo en un paseo por su alrededor, en otras me adentro en sus salas para enajenarme del hoy y dejarme acunar por diferentes pensamientos y sensaciones. De lejos o de cerca, según disponga de poco o mucho tiempo, si paso por Bilbao voy siempre a su encuentro.
Si puedo, priorizo ante otras “visitas” el perderme en sus salas para descubrir nuevas emociones, eso sí, siempre sola.
Me gusta visitar los museos sola, es así como puedes comprobar que, a veces, no hace falta nada ni nadie para convertir en sublime un momento, parar el tiempo y someterte únicamente a lo que te entregan tus sentidos mientras contemplas una obra de arte…
Por eso, en esta tarde de cierre de #Fase0 de confinamiento ha sido una agradable velada la oportunidad digital de presenciar exposiciones que me han trasladado allí dónde solo saben conducirte las emociones, en València, en Bilbao, en Madrid, Barcelona o Londres.
Así que, cuando faltan horas para recuperar sensaciones con el inicio de esa #Fase1 de la #Desescalada os recomendaría que, tras este tiempo de confinamiento total, en cuanto podáis, visitéis un museo. Hazlo solo y….déjate llevar. Sucumbirás, descubrirás, sentirás y para siempre “amarás el arte”…