En este primer día de salida a las calles, yo me he quedado en el intento. Claro, tengo ventaja, dispongo de terraza y veo desde ella el mar, además con el calor que hoy ha apretado, hasta he estrenado la época ”bikini”. Tumbarse bajo el sol, con música de fondo y un poco de lectura, era una tentadora opción no menos atractiva que huir del encierro doméstico.
Desde esta atalaya he visto bicicletas, patines y…gente, puede que no de forma masiva, pero sí más movimiento del que, a mi entender, era el adecuado.
Por eso, aunque por ahí ya han cambiado sumar días de #QuédateEnCasa por la nueva cuenta atrás o por adjetivar este sábado como el #Dia1 del #Desconfinamiento o #Desescalada, puesto que a mí me quedan todavía, al menos 15 días de “medio-aislamiento” (porque puedo salir a comprar y/o pasear, pero no a trabajar), seguiré cumpliendo un par de jornadas más lo de “#QuédateEnCasa. Entre otras cosas porque, también hasta el día 11 había un estado de alarma que nos indicaba la necesidad de permanecer en nuestras residencias; aunque luego esta “orden” haya alterado su concepto.
Ahora el presidente del gobierno (quien por cierto ha avanzado su comparecencia semanal del sábado al mediodía y es de agradecer, así tienes toda la tarde para asimilar sus anuncios), ha dicho que comenzaba a abrirse un nuevo horizonte de esperanza para la construcción de una “nueva normalidad” con la que el lunes comenzará la fase 0. Me parece genial. El lunes ya vendrá; solo quedan menos de 36 horas. Puede que ese día este diario pase a ser la jornada 1 del #Desconfinamiento.
Mientras tanto, yo sigo con eso de la “responsabilidad social”, a pesar de que en el fondo confieso que esto es solo un parapeto con el que encubrir mi miedo personal y cobardía.
No obstante, he intentado librarme de ello y he adelantado la hora de bajar la basura con la intención que incluso he llevado a cabo de cruzar la carretera para adentrarme en el paseo marítimo y caminar acompañada del viento de forma libre; pero al otear a mi alrededor imágenes que aquí plasmo, he dado media vuelta como instinto de protección irracional para correr hacia mi casa.
Tal vez me he habituado a la zona de confort ficticia construida desde la trampa de un encierro obligado en mi propio hogar.
Dicen los nómadas que la vida está diseñada para la aventura, por mucho que tendemos a atarnos a un lugar, una persona o un momento y a pesar de que la naturaleza es libertad. No obstante, ante la aparición de esta pandemia nos hemos asido a pilares enclenques para arraigarnos a una coyuntura que nos convertía en rehenes sedentarios.
Cuando la necesidad encamina tu sendero hacia un cambio (aunque éste sea en positivo después del singular momento vivido) esa decisión lleva consigo un abanico de sensaciones que, sin portar de forma implícita el condicionante de negatividad, sí está permanentemente ligada a la alerta que inevitablemente provoca la incertidumbre, el temor a lo desconocido y el pavor al ruido y el gentío, la muchedumbre y la aglomeración.
Quiero suponer que se desvanecerán estos sentimientos y volverá a ser un activo todo lo que antes era costumbre.
Cuando haya más certezas que incertidumbres.
Cuando el rastreo epidemiológico deje de ser catalogado como el mayor desafío de España.
Cuando dejen de avisarnos que van a haber rebrotes.
Cuando no esquivemos a nuestros vecinos.
Cuando no estemos atrapados en una maraña ilusoria y la realidad sea tan limpia y transparente como ha querido ser el sol estos días.
Cuando la “nueva normalidad” deje de ser novedosa.
Hasta ese momento, como escribió en “El hombre en busca de sentido” Viktor Frankl, “Ante una situación anormal, la reacción anormal constituye una conducta normal”. Quizás, por eso, he huido despavorida hace un rato de ese mar que siempre ha sido la morada en que cobijar por igual mis inquietudes que mis ilusiones.