Hoy me vais a permitir que recoja en este momento mis sentimientos como periodista y como aficionada al fútbol, dos factores que pueden resultar triviales en un día que parece que nos han mostrado el sendero que nos ha de llevar a una nueva luz, una “nueva normalidad”, un concepto que ofrece un bonito titular pero que, igualmente, puede ser esgrimido por los buitres sagaces que se sienten cómodos en la “anormalidad”. Pero de eso mejor “hablamos” mañana.
Hoy me perdonaréis que me quede con la que ha sido la noticia del día. Ni tan siquiera esa presentación del protocolo de desconfinamiento por parte de Pedro Sánchez ha eclipsado la muerte del exfutbolista, pero sobre todo del comunicador, Michael Robinson. Entiendo que crispe que, a pesar del anuncio diario de centenares de personas fallecidas desde el anonimato y desde hace casi 50 días ante las que nos mostramos tan fríos, hoy estemos conmovidos y con el alma encogida por la marcha de UN personaje como es el que el exjugador del Club Atco Osasuna hizo de sí mismo.
La vida convierte en compañeros de viaje a personajes que te acompañan casi diariamente y con el que creas vínculos inefables sin que exista ningún tipo de relación directa. Entran en tus casas a través de la radio o de la televisión y son parte de ese círculo, donde desde la lejanía, lo sientes muy próximo.
Por todo ello, el adiós de Michael Robinson es uno de esos que te pellizcan dentro. Y confieso sentir cierta ira o rabia porque sí, cada día mueren centenares de gente en esta coyuntura por la que navegamos y, fríamente, nos acostumbramos a sus cifras. Solo cuando sabes que ahí va alguien con quien te has cruzado en tu vida, te aflige el número.
Pido perdón porque hoy, solo un adiós de una persona, que además sabíamos estaba enferma, al menos a mí me ha cambiado el paso con el que amanecía bajo un radiante sol.
Y es que Michael Robinson no fue un futbolista internacional que incluso con "su" Liverpool ganó una Liga, una Copa y una Copa de Europa antes de pasar por varios equipos y llegar al Osasuna de Pamplona. El inglés se erigió en Canal Plus como una figura que, disponía de unas habilidades innatas para la comunicación. Con su acento inglés, sus chascarrillos, su empatía, su sarcasmo y su capacidad para transmitir, consiguió implantar un potencial periodístico que recuerdo haber estudiado ya en los últimos años de mi carrera, allá por los inicios de los 90 del pasado siglo.
En 1990 nacía Canal Plus, yo casi me estrenaba en la universidad y aunque Robinson ya había comentado partidos de la Premier en TVE, fue en Canal Plus donde inició una trayectoria que lo catapultó hasta ese comunicador que en el año 2018 obtuvo el Premio Internacional de Periodismo Vázquez Montalbán y que lo hizo poseedor de dos premios Ondas. Programas como El Día Después o Informe Robinson, son productos televisivos que llevaban el acento del carisma de un hombre que nos hizo a todos ser un poco del Liverpool y corear su himno, ese cuya letra ha utilizado la familia para comunicar su adiós.
A veces, no son periodistas los que marcan la evolución del periodismo, sino personajes que se apropian de él por su capacidad comunicativa, su singular personalidad y su atrevimiento, ese del que a veces carece el profesional, más cauto a la hora de crear un nuevo producto informativo por miedo al fracaso.
Alfredo Relaño, por entonces director de Canal Plus, apostó por la entrada de Michael Robinson en la televisión en 1990. Pasamos de la retransmisión de José Ángel de la Casa al dúo que formó el inglés con Carlos Martínez. Comenzó otra forma de unir comunicación y fútbol, otro estilo de retransmisión futbolera.
Pero su potencial era un una fuente inagotable para conseguir atraer incluso a personajes ajenos al fútbol o al deporte. Su “Informe Robinson”, cualquiera de los emitidos en más de 10 años de programación, es un culto a “contar historias”. Eso que los periodistas ansiamos hacer y muy pocos logran conseguir. Su mirada era la de un deportista pero también la de un aficionado, la de un periodista pero una buena persona, ese binomio que muchos intentan separar conscientemente.
Michael Robinson hablaba pasionalmente del fútbol pero, desde la distancia más absoluta y solo como observadora, me atrevería a decir que amaba con el mismo ímpetu los medios de comunicación.
Y fue ahí, en uno de ellos donde dio a conocer su enfermedad. Recuerdo perfectamente el momento, porque a veces se alinean las casualidades para evocar qué hacías cuando supiste qué. Ahora, cuando confieso que he leído artículos excelsos sobre el personaje, he escuchado programas de radio emocionantes y he visto el especial que “sus” compañeros han emitido en televisión, lo que deje escrito aquí es todo superfluo, pero es la emoción solo de una amante, como Michael, del fútbol y del periodismo que envidia la capacidad comunicativa del inglés.
Por eso, recuerdo tan bien aquel 17 de diciembre de 2018 cuando Robinson anunció su enfermedad. Ese día era mi santo y avancé un poco mi salida de trabajar para poder llegar a casa de mis padres con tiempo para poder preparar la merienda-cena con la que celebraría mi onomástica con mi familia.
Encendí el coche y potente (la radio estaba encendida y ya se sabe que cuando es así, pones la llave de contacto y sale en voz alta la emisora) escucho a Michael Robinson hablando de su melanoma. Me quedo un poco traspuesta, no entendía qué explicaba, si era él el enfermo o estaban entrevistando a un médico por alguna otra razón. Pero no, era él quien hablaba como si narrara un cuento a terceros su problema de salud. Francino tenía la voz entrecortada mientas comenzaba a preguntarle qué pensó, cuando conoció el diagnóstico, cómo fue, etc.
El exfutbolista había decidido que ese era el día y ese era el medio en el que quería informar a “su” público que padecía un melanoma avanzado con metástasis. Mantenía su gracejo mientras contaba ese tipo de noticias que no dejas de temer. Utilizaba la palabra cáncer sin miedo, sin mostrar ese desfallecer en el que caen muchas personas cuando oyen una palabra que parece ser una letal condena. Entre otras cosas decía: "La ciencia ha hablado, la ciencia ha dictado… pero yo voy a decir cómo voy a vivir esta enfermedad, esa es mi potestad…No hay un Michael previo a la enfermedad y después de la enfermedad. Me sentí empoderado al conocer el diagnóstico porque yo voy a decidir cómo voy a vivir esto".
(Otra vez la actitud. Si hace unos días esa era el mensaje que transmitía la lectura del libro de Víctor Frankl que aquí os comentaba, ahora, al evocar aquel programa de radio me percato que se trata de nuevo, de ACTITUD).
Os aseguro que, conduciendo hacia casa de mis padres, aquel día de diciembre, incluso deslizó por mi mejilla una lágrima (los que más me conocéis sabéis de mi extrema e irracional sensibilidad). Ahora no justifico esa lágrima, era quizás porque diciembre suele ser un mes que exacerba mis emociones o por sentir alegría por tener el privilegio de no haber vivido próxima esa sensación que, incluso en tono humorístico y optimista, ofrecía Robinson de una enfermedad ante la que ha acabado sucumbiendo siendo la parca la victoriosa.
Sin duda, la peculiaridad de Robinson era solo inherente a su persona y va a ser difícil mantener la calidad de programas como Informe Robinson sin él (aunque hoy su equipo ha hecho lo que se dice un programón). Ese es el reto de su grupo de colaboradores, una tarea que les aseguro es dificilísima, porque hay gente que es excelente periodista, pero solo hay unos pocos que son soberbios comunicadores.
Michael Robinson acumulaba a borbotones esa capacidad para enlazar fútbol y comunicación. Sin disponer de un acento limpio, pero si poseedor de un vasto vocabulario, tampoco tenía esa cualidad descriptiva que muestran otros analistas; pero sus programas forman parte ya del catálogo de exitosos productos televisivos y sus opiniones en la radio eran socarronas, a veces, incluso atrevidas o ausentes de criterio objetivo. Se dejaba llevar por la emoción y ¡Ay! amigos, eso es saber comunicar.
Leeréis twitters, artículos o epitafios que, como comentaba al inicio de esta publicación, están escritos de forma sublime. Estas nimias palabras mías son solo la descripción de los sentimientos de alguien que no conoció ni convivió con Michael Robinson, pero el día de mi visita a Liverpool (estaba estudiando inglés en Manchester y la Universidad nos preparó una excursión a Liverpool un fin de semana) solo tenía como objetivo dos cosas: visitar el museo de los Beatles, pasear por aquellas calles que ellos cantaron y ver el estadio de Anfield, un lugar al que no pude acceder porque esa jornada era día de partido pero, vagabundeando por los alrededores, con los aficionados envueltos en bufandas y luciendo sus camisetas me prometí que volvería a esa ciudad solo para entrar en aquel recinto mítico encumbrado en mi memoría gracias a un jugador que pasó del terreno de juego a ser referente en los medios de comunicación casi de forma paralela a los inicios de mis estudios de periodismo.
Hay un montón de cosas que nos enseñan en la universidad, hay otro grupo mucho más amplio de factores que aprendes al ejercer tu profesión, pero, de igual modo que es dificilísimo “ir elegante” si no dispones de la cualidad de la elegancia serena, es realmente complicado transmitir, con voz o palabra, si no tienes esa capacidad innata para comunicar. Michael Robinson la tenía, además de una personalidad singular, inteligencia e ingenio muy personal y un humor inglés sarcástico combinado con acento del sur de España (una tierra que siempre le cautivó, algo que sabemos porque lo repetía… y lo demostraba).
Hoy una generación no conoce el fútbol sin sus comentarios, pero otros, lo hemos conocido más y mejor gracias a él. De igual forma que nos hemos enamorado de Liverpool, la ciudad y su equipo por él; porque aunque tus sentimientos se dirigieran hacía otros equipos (en mi caso, no sé la razón pero yo siempre he sido más aficionada del Manchester United) era imposible no caer rendida ante su amor a una ciudad, un equipo, un deporte, una profesión…
Por eso, Michael Robinson, los y las enamorados del fútbol y el periodismo intentaremos explicar a los que vienen cómo se pueden ensamblar ambos sin dejar de ser una buena persona. Nos costará, porque no tenemos tu capacidad para comunicar, pero el legado es tan amplio que siempre habrá alguna anécdota, algún pasaje, algún “pc fútbol” en el que resonará tu carcajada y tu voz, porque Míster Robinson, como hoy han repetido una y otra vez, “You’ll never walk alone”.
Que la terra et siga lleu Michael! Maestro!!