Parece que ni el sol ha querido perderse la salida a la calle de los niños después de más de cuarenta días confinados. La alegría de los abuelos al contemplar desde los balcones o ventanas a sus nietos ha sido como contemplar una rosa y sus espinas. Por un lado, saborear la belleza de la flor al volver a ver en vivo a los pequeños, por otro, las espinas de asumir la crueldad de un estado de alarma que, hemos de recordar, continúa en vigor.
Se han viralizado vídeos de familias que no han cumplido, lo que el ministro definió como los cuatro 1 (una hora, un niño, un adulto y un kilómetro). En València se ha visto a grupos de niños jugar en colectivo con un balón, otros a orilla del mar, el cauce del río Turia repleto incluso de parejas, sin perro y sin niños.
Conocer estas imágenes no gratifica, aunque generalizar tampoco es justo.
Sin duda, era difícil parar la excitación de los niños al salir de la calle. Por mucho que se intente ser precavido, hay infinidad de circunstancias incontrolables que se escapan. Era inevitable esconder sus ganas de correr, sus paseos en bicicletas, dar golpes a un balón…
Lo que sí es desdeñable es la irresponsabilidad de los padres o tutores por ser cómplices de sucesos o gestos que los menores es normal que desarrollen.
Si cualquiera de nosotros estamos en los límites de la resistencia e incluso, no solo tenemos los nervios enervados, sino que hemos generado en esta convivencia prisionera una ansiedad y después de tantas semanas un casi permanente refunfuño por nimiedades, era de prever la dificultad de contener los anhelos de los pequeños en su primer día de “libertad”.
Sin embargo, una vez más estos detalles, que han permitido capturar imágenes bochornosas y construir en horas un abanico de memes para nutrir los grupos de washap y las redes sociales varios días, solo ha ratificado la hipocresía de esa sociedad que, por un lado aplaude a las 20.00 h. a los sanitarios y por otra, hace solo unos meses los criminalizaba por su “acomodado rol funcionarial”. Hechos que ayer recordaba un sanitario en twitter de una forma tan descriptiva que, puesto que se trata de una opinión publicada abiertamente, incluyo a continuación:
“Soy enfermero en activo, y tengo dos cosas que decir: 1.-Me molestan los aplausos. 2.-No quiero una paga extra por todo el tema del COVID-19.
Os agradezco mucho las muestras de cariño y tal, PERO me enervan los aplausos, principalmente porque me parecen vacíos e hipócritas. Muchos de los que aplaudís sois los mismos que votáis a aquellos que destrozan la sanidad, que nos obligan a participar en la rueda injusta y amoral de las bolsas de trabajo o que directamente, están despidiendo a los compañeros que ya no necesitan.
También sois los mismos que nos ridiculizáis en el bar por ser funcionarios y “me pagáis el sueldo” cuando no os quiero dar un tratamiento que esperáis, pero que no necesitáis y sobretodo que nos vilipendiasteis cuando la marea blanca reclamó por la Sanidad Pública.
Lo que no quiero es que 1.000-2.000-3.000 “míseros” euros nos callen la boca por AÑOS de abusos y malas condiciones, que el estar subequipados y sobrecargados de trabajo no es nuevo del COVID”
Desgraciadamente, esa es la sociedad a la que pertenecemos, la que ostenta dos caras, la que acusa pero no cumple normas, la que juzga pero no se atribuye responsabilidad, la que incrimina pero olvida, según convenga.
No se puede generalizar, pero tampoco se puede estropear el camino recorrido por la insensatez de otros (pocos o muchos).
Todavía estamos a tiempo, nos quedan unos días para que esta sociedad demuestre su sensatez antes de que el próximo domingo se pueda iniciar la desescalada gradual saliendo a la calle a hacer deporte o pasear por núcleos familiares.
Recordemos que el proceso continúa y que se cumplan las normas de desconfinamiento solo dependerá de la lealtad de esta sociedad con la ética y su alojamiento de la distopía.
Lo de ética en la clase política ya si eso, lo dejamos para otro momento inmersa, ella sí, totalmente en la distopía.