Nos hizo falta tiempo, pensaba mientras contemplaba en el horizonte los tímidos rayos de sol asomarse entre un cielo plagado de nubes. El día iba a ser difícil. Una vez más. Un día más.
Desde aquella tarde lluviosa en que un accidente de coche le arrebató la vida a Mario, Lara odiaba la lluvia. Hoy esa fatídica fecha, hiriente siempre cuando se asomaba en el calendario, apuntaba a batalla emocional. El inefable paso del tiempo le enseñó a vivir sin él, pero no había aprendido a domesticar el terremoto interior que cada 3 de junio sentía en las entrañas.
Durante años vivieron apasionadamente un amor ardoroso, entusiasta, delirante. Juntos conseguían crear un oasis para refugiarse de las preocupaciones. Juntos detenían el reloj cada instante, inundando con destellos de amor, comprensión y dulzura cada momento.
Y todo aquello se desvaneció aquella maldita mañana cuando en la oficina, su entonces jefe, Don Alfredo la llamó al despacho y le ofreció un vaso de agua antes de decir:
-Lara, Mario ha tenido un accidente, coge tus cosas que te acompaño al hospital porque parece que el percance ha sido importante.
En ese instante, el rostro desencajado de Don Alfredo fue mucho más descriptivo que las palabras que verbalizaban el fin de la vida que, en ese instante, era su mundo.
Tras meses desesperada, la sonrisa de la pequeña Marta obligó a Lara a coser las heridas de un corazón destrozado que latía impasible refugiado en el recuerdo de unos abrazos y la dulzura de unos besos que no volvería a dar, a recibir, a encontrar…
Hoy, varios años después, seguía sin cansarse de echar de menos a Mario. ¿Quién dijo que el tiempo curaba heridas?, el paso de los días, los meses y los años solo había aminorado el dolor, pero no había silenciado el sonido de su risa recorriendo el pasillo. El devenir no había dado vida a sus ojos tristes soñadores. Sabía que él no estaba aquí pero ella seguía guardándole las noches. Seguía necesitando a Mario.
Todo fue demasiado rápido desde que se conocieron en su época estudiantil. Apenas finalizados los estudios se escaparon una mañana a Valencia para casarse con el único testigo de su amor y la vieja secretaria del juzgado que ese día completaba con una boda su horario laboral. Todos en el pueblo cuchichearon sobre el sorprendente enlace matrimonial de la hija del farmacéutico.
-Seguro que ha sido de penalti.
-Eso de vivir sola en la ciudad tiene estos frutos.
En aquella pequeña villa marítima, los cotilleos eran una de las pocas atracciones de las decenas de alcahuetas que componían el censo de los poco más de 3000 habitantes.
No ajenos, pero sí indiferentes a los comentarios, Mario y Lara vivían libres el nacimiento de una ilusión en común que surgió desde el mismo día que se conocieron en aquella vieja aula de la facultad de derecho.
Marcharon a vivir a la ciudad donde ambos encontraron pronto acomodo profesional y seis años después llegó María. Aquella pizpireta rubia pecosa que apenas pudo tener entre sus brazos Mario unos meses, hoy volvía a casa tras un año de estudios en Alemania y superando la veintena de edad.
Cómo hubiera sido vivir el crecimiento de María junto a su padre? Lara se desvivió porque María creciera feliz y María siempre fue feliz. Siempre parecía feliz, alegre, generosa e ingeniosa. Esa cualidad imaginativa hizo que María tuviera siempre presente a Mario en su cotidianeidad. Lara todavía recordaba estremecida cómo María se acostumbró a hablar con papá y de papá. Con él lo hacía con aquel imaginario teléfono que se asomaba a su oreja cual aparato inherente a su piel y con Lara sin tapujos ni convenciones, inventándola a participar siempre en aquella hermosa fantasía de dialogar con papá que está de viaje…..de viaje en un cielo al que no podía llegar por mucho que cada noche se asomara a la ventana para intentar dibujar su rostro mientras contemplaba las estrellas.
“Mamá hoy papi me ha contado que en el cielo no hace frío porque ahí no llueve nunca”.
“Mamí, que dice papi que este vestido te sienta muy bien”….
Los primeros años fueron los más difíciles. Lara contemplaba aquella fantasía de su hija con el corazón en permanente quebranto y el llanto ahogado.
-“Mami, dice papi que por qué no vamos a verlo este fin de semana”, le dijo un día camino del colegio. Aquella fue la primera vez que María hizo partícipe a Lara de su fantasía. La joven viuda conducía aquel día el viejo Peugeot azul de segunda mano que compró poco después de marchar Mario para poder viajar al pueblo cada fin de semana.
El tiempo pasaba, Lara temblaba desde sus adentros con cada frase de la pequeña. Y la niña seguía conservando con aquel viejo juguete en la oreja convencida que oía la voz de papá.
Lara aplacaba su dolor cada día que volvía a ver los rayos del sol reflejados en la rubia melena de su hija pero era no domaba su rabia y anhelo porque….les hizo falta tiempo.
Les hizo falta tiempo para ser una familia, les hizo falta tiempo para pasear por la playa, inventarse aventuras, dibujar sueños, viajar por el mundo…les hizo falta tiempo para vivir… para vivir su amor.
Aun así y con el paso de los días, Lara aprendió a vivir; aunque sin poder olvidar. Guardó sus sueños e ilusiones y se acostumbró a vivir en soledad. Intento escapar de todo ello, incluso se atrevió a intentar volver a abrir el corazón. Ahora pensaba que quizás aquella historia de amor con Pedro que los mantuvo juntos e ilusionados durante varios meses podía haber fructificado en un nuevo amor si no hubiera sido porque le resultaba imposible amar a dos personas. Y Lara amaba a Mario. Podía querer a otro hombre, pero en veinte años le había resultado imposible amar a otro que no fuera él. Y él era Mario.
Viajaba al cielo en sueños con su recuerdo y volvía a amanecer cada día de nuevo enamorada.
Sin embargo, era feliz. María llenó los vacíos. Pensar en él se había convertido en algo hermoso y se ilusionaba por ver crecer cada día al fruto de aquel amor que fue tan radiante que hubiera sido imposible dilatarlo en el tiempo.
Hoy sabía que amaba una sombra, que era un exceso exagerado seguir conjugando un verbo en primera persona que necesitaba de un objeto para dotarlo de sentido; pero, aunque encontró motivos, no se liberó de su recuerdo. Guardaba sus alegrías, sus sonrisas, sus besos…..hasta que volviera.
Pero Mario no volvió. Hoy quien volvía era María. Lara apuró su café en un último sorbo, respiró, lanzó una mirada al horizonte y recogió los restos del desayuno. Miró el reloj, no podía ensimismarse más o no llegaría puntual al aeropuerto.
Una ducha rápida, un poco de maquillaje y se puso la mejor de sus sonrisas para ir a recibir a su hija. A lo mejor las nubes se desvanecían y el día sería feliz, sí, hoy iba a ser una jornada feliz, como lo eran muchas……porque a veces, incluso cuando se extraña lo soñado, cuando no te pueden devolver el amor entregado, cuando te mata el deseo, cuando no se olvida un querer…, se logra encontrar razones, construir motivos y aprender a vivir. Porque siempre amanece y, a veces, quien más lejos está, más cerca se siente, porque hay amores que no destruye ni el tiempo, ni la distancia, ni la felicidad….ni la vida.