Pues ya está casi. Noche de sábado y estamos a punto de culminar la primera semana desde el comienzo de este estado de alarma sin lágrimas. Reordenar archivos de papel y digitales fue una genial idea. Encontrar las columnas de un pasado que tenía casi olvidado se ha convertido en un efecto terapéutico que me ha permitido vencer psicológicamente todos los contingentes que parecían insuperables en este confinamiento.
Además, he tenido la grata sorpresa de toparme después de tantos años, de forma casual y gracias a una de tantas redes sociales, con aquel encantador director de aquel medio digital que me ayudó a construir, primero a Adriana y luego a Verónica. Siempre fue tan amable, cariñoso y paternal conmigo que saber de él las últimas horas me ha emocionado. Mañana mismo le escribo.
Son muchos los estudios, comentarios o análisis que coinciden en cómo este estado de alarma y la llegada del coronavirus a nuestras vidas ha encumbrado el mundo online. Hace unos días hablaba de la cantidad de plataformas que te permiten realizar video llamadas grupales.
Sin embargo, el protagonismo de este nuevo universo digital para muchos, va más allá de las posibilidades que ofrece para facilitar las interacciones personales.
También nos ha otorgado a mucha gente la posibilidad de continuar con nuestra rutina profesional, habituarnos a la compra online, seguir accediendo a clases virtuales los estudiantes, conocer informaciones, descubrir amistades verdaderas, entablar interesantes conversaciones…
Hace años, en otra época profesional, fue el mundo digital el que me abrió un abanico de oportunidades que me permitieron durante casi dos años desarrollar mi trabajo de periodista y ganarme un sueldo. Aquel incipiente recurso profesional ha explotado de forma sustancial ahora generalizado en la sociedad. Prácticamente todos somos consumidores hiperconectados a todo lo que proporciona este universo comunicativo, porque el mundo online ha llegado para quedarse.
De cómo afectará a nuestros hábitos, dependerá de cómo avance ese nuevo futuro que habremos de construir ahora que parece que se otea una perspectiva al fondo del túnel.
Un horizonte que se dibuja después de haber oído un sábado más a Pedro Sánchez en una comparecencia que, si el sábado pasado, fue como una daga, hoy, tras anunciar la posible relajación de las limitaciones del estado de alarma para pasear o hacer deporte dentro de unos días, me ha provisto de un subidón hasta ser el remate casi perfecto para un día que aún me ha dejado algunos pasajes más de cierto optimismo.
Haber sumado tres días seguidos con la compañía del sol orienta tu enfoque emocional hacia lares más acogedores. Cubierto tu cuerpo de un nuevo nivel de serotonina, el panorama se percibe de mayor ensueño que el camino de tinieblas que te envuelve cuando merma la luz natural en tu morada.
No ha sido nada malo este sábado; aunque hay que ser precavidos y no mostrarse exultante ante el poder que un mal dato estadístico, una decisión política o un titubeo en el estado físico y/o mental, puede desmoronar todo lo que parece comenzar a recomponerse.
Hacer la compra (aunque ocupando largos minutos haciendo colas), ver a la familia (aunque a distancia), contemplar desde el coche el mar de regreso a casa (solo bajando la ventanilla y sin poder parar a percibir su aroma), son pequeños regalos de un sábado que además expira repleto de episodios de otros pequeños guiños que, desde esta singular circunstancia, te conmueven por su veracidad como gesto de amistad, estima y cariño.
Mañana se prevén ligeras tormentas. Todavía se resiste la lluvia a quedarse en barbecho esta primavera; pero, al menos hoy, he podido disfrutar desde mi bendita terraza del calor de los rayos de sol para acunar mis sentidos en un sesteo que me ha tenido casi dos horas aletargada, aunque henchida de plenitud porque, ya lo escribió no recuerdo quién “Un rayo de sol es suficiente para borrar millones de sombras”.