Pues ¡por fin es viernes! En circunstancias “normales” (eso que era rutina “antes de”) casi saltaríamos ante el significado implícito de esta frase (bueno en algunas profesiones, en otras es el inicio de la vorágine laboral).
Sin embargo, en esta maraña de días en la que estamos atrapados TODOS, cuando miras el calendario, al grito de ¡por fin es viernes! Solo te nace responder ¿Y qué?
Recuerdo que en mi etapa estudiantil, en un medio de comunicación (no sé si era radio o televisión) durante mucho tiempo se emitió un programa de audiencia considerable precisamente denominado “¡Por fin es viernes!
Todo lo bueno sucedía ese día de la semana. Las clases acababan al mediodía, era el día de los partidos de fútbol sala o de baloncesto de los compañeros, la cena con amigos, la fiesta, la visita al pub o la discoteca. Ni el sábado convencional (día reservado para la salida con la pareja a cenar o al cine), ni el domingo de relax (aunque hubiera partido de fútbol), tenían nada que hacer ante el día grande, el viernes (posteriormente esto se trasladaría al jueves, pero de eso hablamos otro rato).
Sin duda, eran otros y muy diferentes tiempos.
Hoy, desde este aislamiento que, en ocasiones, hasta nos desdibuja los recuerdos, el ¡por fin es viernes! no es esgrimido en ningún programa. Todo lo contrario. La exclamación descriptiva se ha convertido en un látigo que golpea directamente en nuestras emociones, ahí donde más duele y más vulnerables estamos ahora.
El viernes de este abril de 2020, nos recuerda que se acaba una semana laboral en la que no hemos hecho nada, donde los días han estado vacíos mientras siguen cayendo para sumar uno más en nuestra vida. Son hojas del calendario que pasan sin una mínima anotación de tareas pendientes a realizar.
Yo soy una privilegiada, a pesar de la pandemia no he perdido mi puesto laboral y trabajo telemáticamente, pero días como hoy sí que me nace pregonar ¡por fin es viernes!; aunque en realidad, no se trata del día sino de la carga informativa y más que estigmatizar el viernes, lo que me gustaría es que, realmente, se dieran un descanso informativo los test, la Liga, el CSD, la RFEF, los jugadores y todo el espectro futbolístico no solo del país, sino del continente.
No trasladaré mi opinión sobre el tema, anecdótico para la mayoría de la población, pero eje argumental para periodistas deportivos y esos otros colectivos que cohabitan o viven por y para el fútbol esta semana. No me apetece responder a ninguna querella y si realmente vertiera aquí mi opinión, después de los últimos tres días, perdería amigos y me podría ganar algún susto.
Así que prefiero ser eficaz y discreta en mis comentarios y centrarme en el final de otra semana en la que la vorágine y la, casi permanente, alternancia de noticias buenas con otras peores y solo alguna esperanzadora, se han sucedido mucho más veloces que el paso de los días.
Amanecer bajo un cielo gris a la espera de la conquista del tiempo por un sol radiante nos ha enturbiado varias mañanas, tanto si estás sumida en la apatía del encierro como si tienes que, lo que hoy es una suerte, trabajar. Porque ni la jornada laboral es igual que “antes de” y abrir los ojos, sentarte ante el ordenador, hacer algo de ejercicio, repasar la prensa son solo bagatelas hasta que llega el grueso de la información. Esa que sigue en bucle: se juega, no se juega, se hacen test los futbolistas, se emite un comunicado, una nueva reunión y otra vez a empezar de nuevo…
Buscas un atajo. Suspiras. Hay que lograr no perder el paso, te das la vuelta, oteas el sendero y te repites, soy una privilegiada. Vuelves ante la pantalla del ordenador, la información es voraz y te obliga a mantenerte alerta.
Además, esta semana sigue venciendo a la desidia general la energía de Yol-Vero-Adriana; pero confieso que estoy más irascible, algo que tampoco importa, solo puedo gritar al viento o mosquearme con ese insecto que ha entrado por la ventana justo en el instante que has abierto la mosquitera. Ya tienes enemigo…a por él. Y la pobre mosquita, o como se llame ese nuevo insecto pequeño apenas perceptible pero que te pica exageradamente paga tu mal genio y das vueltas tras él hasta que ¡plaf! Cazado y desaparecido.
La tarde se prevé más llevadera. La información pierde en intensidad y te permite reposar la comida e incluso sestear con un libro entre las manos o, si tienes suerte como hoy, sentarte en la terraza acompañada bajo un sol que ¡por fin! suma dos días consecutivos brindándonos su anhelada presencia.
Sin pretenderlo me quedo traspuesta más tiempo del previsto. Menos mal que suena el teléfono.
Por cierto, vaya susto con el teléfono el vivido hoy. Con esta proliferación de los videowashaps, al querer responder con ímpetu no me percato que no era una llamada sino una vídeo llamada, esa costumbre tan extendida estas semanas, el problema era que mi imagen no era nada presentable, porque salía de la ducha y estaba en ese punto entre untarte la loción corporal y elegir la vestimenta de la jornada. Así que cuidado con el teléfono.
Tras los quehaceres vespertinos y el cierre definitivo de la jornada laboral, la tarde ya se ha extinguido. Vuelve el silencio y la calma. De nuevo estas sola en la vereda. Cesan los ruidos, las llamadas y los mensajes. El día ha sido duro pero suspiras y piensas que, otra vez, lo has logrado vencer sin desesperar ni abrir la puerta a la morriña.
Pero ahora es noche oscura y se asoman los temores. No es consuelo saber que el insomnio es generalizado en esta etapa porque recuerdas aquella mala costumbre cuando, al caer el día, tejías con facilidad sueños que, no importaba si disponían de visos de veracidad o eran falsas imaginaciones.
Sin embargo, en esta coyuntura de confinamiento, los sueños son otros de los damnificados. Hoy ya no existen, marcharon. De repente, solo hay pesadillas, incertidumbre.
Cada intento de no sucumbir cuando reina la penumbra es anulado por la angustia generada por tantos anhelos. Hasta esta nueva poliédrica Yolanda teme a la noche, todavía no dispone de la astucia para no quedar atrapada en el insomnio.
No obstante, hay que volver a intentarlo. No consigues seducir a Morfeo, le entregas los besos guardados, le ofreces los abrazos sacrificados, pero nada. No te mece en su regazo, no te mesa los cabellos…Porque las noches son un suplicio y taaaan largas.
Has superado meritoriamente la jornada. Esta semana, temible en su inicio, has logrado trastearla sin ninguna lágrima y con alguna sonrisa. Pero las noches…escribir, leer, algún día hasta intentas engancharte a alguna película hasta que, cansada del sofá vas a la cama, sigues leyendo abrazada a la almohada a la espera de un respiro, un alivio de esperanza, de confianza, de ternura, de amor, de paz… ¡Por fin es viernes! Mañana no sonará el despertador y hoy…estás agotada....¿por qué no llega Morfeo?.
Entonces recuerdas la frase de Albert Espinosa en el libro “Brújulas que buscan sonrisas”: “Muchos días, muchas épocas… las mañanas son difíciles, las tardes duras y las noches imposibles”.
Y piensas que esa es la descripción veraz de esta coyuntura alarmista porque sí, la mañana es difícil, la tarde dura y la noche IMPOSIBLE, pero … ¿Dónde está esa brújula que nos permitirá encontrar la sonrisa?