Tiene narices celebrar el Día Mundial de la Voz estando afónica. Esto del calendario marquetiniano está muy bien en determinadas épocas, incluso reconozco que en una etapa profesional pasada se convirtió en un recurso importante como posibilidad de trabajo; sin embargo, hoy me ha encorajinado esta "celebración".
Por un lado, por mi intermitente afonía en estas semanas de confinamiento, algo que en principio apuntaba a laringitis pero, sin dolor ni ninguna otra molestia los últimos días, es bastante confuso conocer las razones de la aparición y desaparición del tono de voz. Por otro lado, porque me recuerda que, aunque es mi mayor compañía en este encierro, añoro muuuucho trabajar en la radio. Y es que para mí, voz y radio es algo inherente a mi travesía vital.
Cuando inicié mi aventura profesional en el mundo del periodismo nunca imaginé que con mi limitada tonalidad prevaleciendo los agudos en mi tono de voz y las cacofonías que, a veces provoca la presencia masiva en el sonido de mis cuerdas vocales "pitos" estridentes, llegaría a tener en una emisora de radio mi hogar durante casi dos décadas. A mí me gustaba escribir, amaba las letras pero, el destino me tenía otro camino preparado.
Por ello, recurrí a otras tareas en ese medio en el que es el sonido la razón de su existencia. Comencé con la producción de programas, para pasar a encargarme de guionizar y coordinar programas.
No obstante, era inevitable no participar también ante el micrófono en la transmisión de la información como periodista, aunque envidiaba a esos locutores y locutoras poseedoras de un tono de voz que mece los sentidos.
Esa envidia o "querer ser”, me condujo a acudir a clases de logopedia e incluso completé todo un curso de educación de la voz. El resultado, los que me conocéis lo habéis comprobado, a pesar del esfuerzo y la intención, no concluyó con una mejora positiva de mi "desagradable" tono coral.
Tal vez por ello, idolatro voces que, no solo sirven para mecer tus sentidos como apuntaba antes, sino que también acunan la calma y suenan como caricias que, a través del oído, invaden todos tus sentidos y ya se sabe cómo estremece (al menos a mi) un susurro en las cercanías del oído.
El oído y el olfato son quizás dos de los sentidos más menospreciados cuando su poder sensorial y las reacciones químicas que provocan en nuestro ser encumbran nuestras emociones a igual que nos dirigen a la repulsa de algo o alguien otros ratos.
Las vibraciones en el sonido y las reacciones químicas en olores son percepciones que recrean el cerebro a partir de esos estímulos exteriores a tu propio ser.
En este confinamiento se detecta, tal vez mejor, la calidad y necesidad de ambos.
El silencio que nos envuelve amplifica sensaciones de soledad, ansiedad, vacío y todas esas reacciones que está teniendo nuestro organismo. Mientras que…, quién no añora el olor del mar, a hierba mojada incluso a gentío.
Y todo ello en el olfato y el oído, si nos referirnos al tacto, ahora que ni nos rozamos, cuántas veces podemos temblar imaginando un simple abrazo, eso que, “antes de”, nos costaba tanto entregar y compartir.
En esta coyuntura de máxima sensibilidad los receptores sensoriales que envuelven nuestro cuerpo reaccionan a cada ínfimo estímulo. Un grito nos aspavienta (o lo utilizamos de recurso para extraer la angustia), un canto nos alegra (cuántos vecindarios están recurriendo a la música para compartir momentos) y un prolongado silencio nos aterra.
Sin embargo, que hoy se celebre el día de la voz entre tanto mutismo alrededor es como si el virus se fagocitara por originar este encierro donde permanecemos cautivos. A pesar de que, dicen los entendidos, que el 60% de la comunicación es no verbal y es eso que trasladamos a través de nuestra expresión corporal (mirada, gestos…).
Da igual, hoy hiere celebrar el día de la voz cuando no tenemos ni voz para resolver esta coyuntura, cuando somos prisioneros mientras los poderes políticos, económicos, etc. siguen sin hablar, ni tan siquiera en una jornada como esta. No importa hacia donde dirijas metafóricamente el sentido del sonido si, entre tanto ruido, nadie escucha, nadie oye…
En fin, que la impotencia no se apodere otra vez de nuestro estado de ánimo ni consideremos esta contingencia insuperable.
Yo hoy no quiero sentir en negativo porque dos son los gritos que quisiera lanzar.
El primero es un ¡viva la radio! Mi más leal compañera también en este, mi confinamiento de soledad forzada, porque, a pesar de que las estadísticas dicen que se ha disparado el consumo de televisión y hasta de la lectura de portales digitales y el medio más dañado por el estado de alarma es la radio, solo ella volverá como nosotros a brillar cuando logremos cruzar este desierto.
El otro grito es callado porque, aunque mi voz sea “poco agraciada” y además ahora no disponga ni tan siquiera de la fuerza para lanzar con nitidez un mensaje al otro lado del teléfono, me quedo con las palabras y la frase de no recuerdo ahora qué cantante quien, tras quedarse sin voz antes de un concierto escribió esto que yo rubrico aquí con el mismo fin “para que donde hoy no llegue mi voz para arrullar vuestros pensamientos, vaya mi corazón a acariciar vuestros sentidos”.