Au! Ya está. Se ha acabado. Después de una semana casi asfixiante, hoy se preveía una jornada depresiva en grado extremo. Me sentía atemorizada y me ha costado iniciar el día que también ha sido laborable aunque por voluntad propia (trabajar telemáticamente últimamente no está siendo agotador y por eso hoy sentía la necesidad de compartir con los compañeros el horario laboral. La escasez de tensión informativa hace desarrollar el instinto periodístico y eso me sigue atrayendo para seguir sintiéndome periodista).
Envuelta en ese ambiente, la mañana ha transcurrido emocionalmente más ligera de lo presagiado. Era necesario vivir la jornada de la fiesta grande del Marítimo de modo virtual y publicar, como responsable de la comunicación de la Junta Mayor de la Semana Santa Marinera, los videos del Vía Crucis, pero tuve suerte, disponía de ellos desde ayer y hoy no era necesario flagelarse de nuevo visionándolos, por lo que he intentado tomar distancia y cumplir con mi labor alejada afectivamente de los mensajes que estaba lanzando.
No obstante, en el día más excelso del año, mental y socialmente como cabanyalera y como Verónica, no auguraba que iba a disponer de una prebenda emocional para que todo aconteciera de forma mundana. Un poco de trabajo, un poco de ejercicio, cumplir con mi familia semanasantera y preparar una comida ligera. Así avanzaba la jornada. Bien. No había añoranzas ni melancolía.
El estado anímico era sorprendentemente inesperado en positivo. Tal vez despertar con un par de mensajes en el móvil tan enternecedores como afectivos de esas personas que siempre están cerca emocionalmente han ayudado a ello. Porque a veces, se nos olvida que la soledad hay días que solo es una sensación subjetiva. Abres el teléfono, enciendes el ordenador y te encuentras palabras conmovedoras.
Sí, a veces, solo hay que mirar alrededor de forma objetiva, porque hay cariños que te mecen las turbaciones y armonizan tus pensamientos y tus sentimientos para modelar tu atmósfera interna y equilibrarla de dosis de realidad percibida desde una diáfana perspectiva.
Así, aunque el día no tenía la luminosidad de un abril primaveral, nada parecía caótico y el confinamiento no asfixiaba. Una sobremesa con el fondo de una película de romanos (cómo no, Viernes Santo, toca “una de romanos”), te meces entre los brazos de Morfeo donde no te resistes a caer después de varias noches insomne.
Cierta somnolencia te lleva a abrir un ojo un rato después. Continúan los romanos en la pantalla y el sopor se mantiene. No hay prisa, no hay obligaciones, hoy no intentaremos ni estudiar inglés ni retomar el módulo del máster. Con suerte, y a pesar de un ligero dolor cercano al codo izquierdo (algún nervio tensionado según el señor google), probaremos con una clase de yoga ligera, aunque ya durante la matinal he cubierto la hora de bicicleta estática y stepper, donde vamos ya por los 13 minutos y superando los 450 pedaleos diarios (de este encierro saldré canosa, pero en una forma física jamás poseída).
La tarde estaba en parte muy consumida cuando he salido del letargo así que, tras la video llamada familiar y la clase ligera de yoga, decido cambiar la ducha por un ligero baño con música que no permita rumiar pensamientos ni disparar nostalgias, elijo una de esas emisoras musicales sin apenas locución que además, intenta ofrecer serenidad en tiempos convulsos. Y ahí está, Coldplay, esa era la canción necesaria para cerrar un día donde ha sido más lo temido que lo sentido y donde, a pesar de las circunstancias, hoy ha triunfado la resiliencia…porque, tal vez, ha sido casualmente sintiéndome Verónica cuando he rescatado a Yolanda de las sombras que me han revoloteado esta larga semana los sentidos.