Qué pocos momentos hay de dicha plena en una vida. El axioma que ubica la felicidad en tan sólo unos momentos se convierte en realidad en el devenir, en esa cotidianeidad que conforma el día a día mientras planeamos lo que queremos y deseamos de nuestra propia vida. Siempre sin percatarnos que es esa misma vida la que se nos escapa a borbotones de nuestras manos mientras construimos el castillo de naipes de nuestros anhelos.
Cuántas veces en momentos de zozobra ocupamos horas y horas del pensamiento en la reflexión sobre el significado de la vida, de nuestra vida. Angustias, anhelos, reflexiones, las cuestiones trascendentales de porqué nos sucede esto o aquello, qué razón hay para no merecer tal o cual recompensa, etc. etc. esas dudas platónicas que conforman el día a día de tantas y tantas personas.
Y mientras la vida pasa… El inexorable paso del tiempo obliga a quemar etapas, y nosotros erre que erre, planificando destinos siempre imprevisibles, mientras se escapa la vida. Pero claro, ésta no se pude tomar a borbotones, hay que esperar que venga a ti, tu crea el entorno más favorable pero sigue adelante, sigue ahí, vive, vive, vive. Por que la felicidad sí existe.
Aunque, ¿qué es la felicidad?, ¿es la sensación de no existir nada alrededor?, ¿es la inhibición mental de cualquier atisbo de problema o preocupación?, ¿es la no necesidad?. El sentimiento de felicidad se calibrará correctamente según el grado de necesidad, no se generaliza ni en su continente ni en su contenido, lo que para una persona puede suponer la suerte en la lotería para otro puede suponer el nacimiento de un hijo, etc.etc. Es heterogénea en su percepción, pero es inefable que la felicidad son siempre momentos sublimes de desbordado sentimiento.
A pesar de que a veces nos sorprende, se muestra sigilosa e inesperada y aparece disfrazada. Se presenta distante de cualquier efecto de una causa de fuerte arraigo emocional o puede ser sólo consecuencia de un segundo.
No fue un segundo, ni un minuto ni una hora, fueron casi 24 horas de dicha. Fue lo más parecido a la felicidad que podía recordar, fueron horas de dicha en soledad, lejos de su ciudad, su casa, familia y gente. El primer momento de gozo fue contemplando el río, sentada junto al agua se percató que era feliz, allá tan remotamente alejada de su mundo. Más tarde el sentimiento de dicha llegó contemplando un paisaje, el contraste de la luz en el cielo, el azul con el gris y el brillo de un atardecer. Luego fue en un bullicio en el metro, con cientos de personas cantando bajo un mismo son una misma letra, un mismo reflejo de sentimiento otra vez.
Intentaba detener el tiempo, guardar en la memoria estos retazos de dicha. Porque era feliz. El devenir de la jornada depararía muchas más emociones, más momentos de máxima inquietud, depararía nervios, temblores, suspiros, lágrimas y risas. Despertar de sentimientos que dejarían henchidas de alegría miles de almas. La suya también. Hacía tiempo que quedó extasiada, mucho antes, sin necesidad que se produjera ninguna causa, simplemente era feliz por vivir una experiencia, singular, diferente, única.
Cuántos días intentando encontrar la razón de vivir sin obtener respuesta, hasta llegar a sentir que siempre, siempre, hay motivos. Y hay momentos que vale la pena vivir. Pueden ser anécdotas, situaciones ridículas, hechos intrascendentes o de relevancia mundial, no importa, sólo importa la potencia emocional que pueden provocar en un ser humano. Ese pellizco que, a veces es solo un instante, pero el suficiente para que los anhelos se desvanezcan porque…es verdad, es verdad que la felicidad existe, aunque se nos olvide que esta es solo la que uno crea.