Bochornoso adiós del Levante UD a Primera División

Mucho me libraré yo de juzgar cómo regula cada cual sus emociones y muestra sus sentimientos, tampoco de valorar sus conmociones o sus reacciones en el momento de vivir un duelo. Por todo ello, en la noche de ayer domingo decidí intentar enfriar mis propias turbaciones para reposar la enorme conmoción que me provocó la reacción del poco público (no recuerdo haber escuchado ni leído el número de asistentes al encuentro) en el estadio Ciutat de València en el encuentro entre el Levante UD y el Alavés, el último del equipo granota como local en Primera División hasta dios sabe cuándo.

Porque esto no se trata de quién es más levantinista ni quién siente más, quiero creer que todas las personas granotas presentes ayer en el estadio levantino hemos dejado brotar algunas lágrimas esta eterna temporada de sufrimiento: por impotencia, por decepción, por desesperanza…

Por todo ello, todavía sigo sorprendida y turbada ante esta imagen, retrato de una realidad que me niego a considerar certera. Porque no es esta la fotografía de la despedida de un equipo con solo 7 victorias en una temporada, que ha sucumbido rozando el sonrojo muchos partidos en la máxima categoría del fútbol español.

Es cierto que la historia sería muy distinta si el Cádiz no te hubiera empatado en el minuto 97 el primer partido de Liga, si Vinicius en el minuto 87 no hubiera conseguido el 3-3 que sumaba el segundo empate consecutivo la segunda jornada de la competición o el Rayo Vallecano en la jornada 4 en el minuto 92 Sergi Guardiola no te arrebatará la victoria al conseguir anotar el 1 a 1. Es decir, puede que hoy todo fuera distinto si el mes de septiembre tras 4 jornadas la realidad te situara en la clasificación con 9 puntos en lugar de 3. “Otro gallo cantaría” que dicen los castizos.

Pero no, las estrellas no se aliaron, porque el ambiente estival ya estaba enrarecido desde el momento que no se cumplieron ninguna de las solicitudes del cuerpo técnico y el pasado invierno se produjeron algunos hechos que mermaron la confianza entre el club y el cuerpo técnico.

Muchas son las teorías que he leído y escuchado sobre aquel largo verano, pero ninguna real, todas están pasadas por el prisma de representantes, periodistas, "amigos de...", club, pseudo técnicos, “amigos-periodistas”, versiones de una y otra parte, pero nadie, absolutamente nadie ha contado (y dudo que cuente) la realidad de lo sucedido y no por falta de profesionalización sino por el respeto al silencio y la personalidad (por los hechos los conoceréis) de unos y otros; aunque si se analizan algunos gestos objetivos se podrían deducir algunas situaciones que, estoy convencida, jamás transmitirán ninguna de las partes implicadas.

En todas esas partes tengo la suerte de tener amigos y tampoco yo voy a desvelar lo que no creo que hoy aporte nada más que heridas, por eso soy mala periodista, pero prefiero ser buena amiga. Cuestión de prioridades y de tener la “desgracia” de tener amigos en varios departamentos del club que te apasiona, el equipo que tienes la suerte o desgracia de sentir…

La única verdad es que con los albores de este mes de mayo de 2022 el Levante UD está en Segunda División y, a pesar de ello, los futbolistas que durante 36 jornadas han demostrado escaso orgullo y profesionalidad por la empresa que les abona sueldos millonarios son saludados y despedidos como gladiadores con flores y ovaciones que, a cualquier aficionado dejan pasmado.

Hace semanas que dejé de celebrar los goles de unos futbolistas que no solo son culpables de los, hasta 3 cambios en el banquillo, sino también de los cortes de manga de los familiares hacia los inquilinos de esos banquillos cuando algún hijo o pareja metía un gol, cuando se han reunido a comer con directivos para “recomendar” la incorporación de tal o cual técnico, cuando se han generado discusiones entre ellos sobre el terreno de juego para lanzar un penalti, cuando futbolistas han tenido que separar a compañeros de un mismo vestuario tras una jugada, cuando los reproches se han escuchado desde una grada que ha observado atónita el “mal rollo” de esa plantilla que incluso se ha lanzado algún insulto en algún lance del juego.

Si todo eso ha pasado “públicamente”, no quiero ni imaginar lo que ha sucedido durante los últimos nueve meses dentro del vestuario, poco blindado cuando se trata de filtrar informaciones interesadas.

Los tímidos gritos contra el presidente las últimas jornadas tampoco ofrecen valor cuantitativo. En una grada anestesiada no sé bien por qué, alguna voz discordante poco invalida la actuación del máximo representante ejecutivo del club. Tal vez tampoco él es el culpable de la actitud mostrada sobre el verde por un grupo de futbolistas sobrevalorados en todos los sentidos.

No obstante, esta reflexión no es para buscar culpables, es para mostrar mi sonrojo por el comportamiento (por otra parte, totalmente lícito) de la mayoría del público que ocupaba ayer el estadio Ciutat de València, sin duda, el mejor estadio de Segunda División la próxima temporada…y la otra…y confiemos que no la otra, a pesar de que no va a ser fácil reconstruir un equipo que requiere una catarsis en su totalidad.

Pienso ahora en los trabajadores del club donde seguro que la asfixia económica del club afectará laboralmente a más de uno de ellos, dudo que ayer aplaudieran a esos futbolistas que puede los hayan conducido a la cola del paro.

Me vienen también a la mente las lágrimas de mis sobrinos que preguntan qué ciudad es Mirandés, Amorebieta y Ponferradina (con el máximo respeto para estos equipos).

No, los indultos solo son para los que han mostrado arrepentimiento, aflicción, remordimiento, pero, lo siento y mucho, poco me creo las lágrimas del capitán, sus acólitos y muchos de sus compañeros, aunque quizás estas sean por el remordimiento de no haber hecho lo único que deben hacer, ser honestos con aquel que le paga, aunque después de oír los “oles”, observar atónita las ovaciones, turbarme hasta helarme la sangre los aplausos en algunos lances del juego los últimos partidos cuando el equipo ya estaba abocado a la división de plata, solo me queda esperar y saber cuántos de esos que aplaudían estarán el próximo mes de junio en el estadio Ciutat de València si el Levante UD no lucha esas fechas por ningún ascenso sino que, como se prevé, deambulará por Segunda División. Entonces sabremos si lo que hasta ahora ha sido el éxito social de la entidad: rejuvenecer a la afición y expandir ésta más allá de la València Marítima es tan real como nos hemos creído vivir los últimos años o esta coyuntura es otra bambolla si tenemos la desgracia que llegue septiembre de 2023 y el conjunto granota siga en la división de plata.

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