Estoy convencidísima que Quico Catalán ama al Levante UD y no tengo ninguna duda, de la pasión levantina de Vicente Furió. A ambos he visto brotar lágrimas en alguna ocasión por su fervor granota.
Sin embargo, en ocasiones, la exposición pública no percibe la fuerza de esas emociones y se generan malosentendidos en una misma familia, la levantinista, cuando ellos creo que puedo afirmar rotundamente comparten con los aficionados el mismo amor, estima y preocupación por la situación del Levante UD.
Hoy no ha ocurrido nada especial. El Levante UD ha vuelto a vagabundear por el terreno de juego del Ciutat de València mendigando fútbol, eso que este conjunto ahora no tiene. Juegan a la pelota, chutan al balón, corren o caminan de un lado a otro del campo, pero no hay fútbol y, en consecuencia, no hay goles, no hay triunfos y sí que hay un ambiente muy tenso en la grada y en el vestuario. Pocos días ha tenido tanto trabajo la compañía de seguridad del estadio como hoy para intentar apaciguar las discusiones entre ¡¡¡¡LEVANTINOS!!! (O al menos, en teoría, aficionados granotas).
Esos comentarios en forma de miradas provocadoras y desaires se perciben también entre los componentes de la plantilla del Levante U.D. dejando entrever algunos reproches y deterioro en la relación de un vestuario que, como sucede en tantos y tantos colectivos, “están cansados de aguantarse”.
No sé si las próximas semanas volveré al estadio de Orriols, después de salir hoy sola, apocada y entre lágrimas. Este 13 de febrero era un día más. Después de una dura pero apasionante semana profesional, tras unos días de asueto personal en otros lares, portaba todo el día barruntando la opción de no acudir hoy al Ciutat de València. Hace demasiadas semanas que asumí que la próxima temporada “mi” equipo vagabundeará por segunda división y que, la perspectiva aventura que la categoría de plata va a ser nuestro espacio donde nos ubicaremos durante algún tiempo. Lo sabía, lo percibía y lo sentía. Pero hoy había “algo” que me aturdía pero no lograba la astucia de atrapar ni describir qué tipo o modo de emoción me envolvía.
No quería ir esta tarde a ver en directo al Levante UD. Mis padres hace unas jornadas que decidieron “sufrir” en casa, precisamente por ese ambiente enrarecido que está envileciendo los partidos en la grada antes incluso del pitido inicial del árbitro.
No obstante, he ido al estadio, sola, me he sentado junto a mis hermanos y dos de mis sobrinos en nuestra localidad. El partido contra el R. Betis Balompié estaba a punto de comenzar y yo sentada, callada, observaba asombrada la ovación de los habitantes de las gradas a los equipos. Yo permanecía inmóvil buscando razones que me incitaran a “animar” a quienes todavía hoy sobre el verde defienden los colores y visten el escudo de “mi equipo”.
El partito se ha desarrollado como se preveía, descontrol, desacierto, inoperancia en ataque, errores en defensa y 3 goles encajados en apenas 30 minutos de juego. En algunas zonas de campo se murmuraba, como ocurre en la plaza de toros cuando el torero es incapaz de ofrecer la imagen plástica que se imagina puede capturar su figura junto de la entidad levantinista.
Han sido solo unos momentos porque justo en ese instante, el Levante marcaba su primer gol. Marcador de 3 a 1 y la primera parte cerrada con una tensa calma.
¿Había esperanzas? Quisimos verlas unos minutos, cegador por una realidad que nos las ha desvanecido rápidamente. No, ya no hay esperanza ni ilusión, solo nos quedan recuerdos desdibujados de ese equipo que hace poco menos de un año disputó una semifinal de Copa del Rey ante de comenzar a inmolarse.
Sí, tanto hemos cambiado. No fuimos precavidos, se apelmazaron nuestros propios discursos de aficionados porque el mayor rival es siempre uno mismo y los granotas fuimos frágiles ante la dicha y activamos aspectos de una personalidad que no es la nuestra. Quisimos ser grandes siendo pequeños, construimos excitados ilusiones hoy destruidas cruelmente. Nos faltó astucia, humildad, generosidad y la corriente ilusoria quedó enturbiada como ocurre cuando bailas entre lo extraño y lo genuino. En el éxito, aunque intentes mantener tus principios, te seduce la avaricia, el deseo, la ambición…y es en ese momento cuando tu nobleza se fragiliza y tus valores quedan atrapados por la inmundicia que puede llegar a crear socavones de irrealidad.
El sol primaveral de la mañana también se ha marchado de repente, una fina lluvia ha comenzado a caer sobre la capital del Turia para enturbiar más la imagen del encuentro de fútbol en el feudo granota y herir más el corazón y el alma.
El partido entre el Levante y el Betis ha sido largo, muuuuy laaaaargo, casi tanto como va a ser esta liga a la que le quedan demasiadas jornadas de lo que lo más positivo es que conocemos el desenlace, así cuando este se produzca no quedará llanto para sollozar.
Ese dolor y esos lloros son con los que hoy me he despedido yo del Ciutat de València. Mis hermanos han marchado rápido, los jugadores del Betis agradecían el apoyo de sus aficionados que, al grito de “Levante, Levante” intentaban consolar a los que con la cabeza cacha observábamos la escena. Han sido unos breves minutos, la grada se vaciaba, los jugadores en el centro del campo pretendían saludar entre algunos, personalmente, incomprensibles aplausos de ánimo, y otros ojos avizores que querían retener todas las emociones que, tal vez, por este ambiente primaveral, por un cansancio personal o porque hoy me tocaba el día moña, a mí me ha sido imposible ocultar.
Con más de cinco décadas de vida en azul y grana, son tantas las incertidumbres, es tanta la gente que aprecio y me consta que está sufriendo, es tan hiriente contemplar a los pequeños de la familia tan abatidos…duele tanto a los que amamos el Levante verlo tan gravemente dañado…
Con apenas casi nadie en el estadio he lanzado una mirada al palco, no, no he visto a nadie de la directiva ya, solo a algunos seguidores o conocidos trabajadores granotas. He mirado adelante he bajado las escaleras como hice durante tantos años con esa imagen que nos definía como elefantes caminando por una senda envuelta de acequias. Esta tarde esa visión parecía real, la visión de un pasado siglo XX del que nos hemos olvidado demasiado, aficionados, directivos, responsables, forofos…periodistas.
Con un gemido callado y un lamento sigiloso he ido hacia mi coche sin entender la razón de la aparición de unas lágrimas deslizando por mi rostro. Quizás era por el recuerdo del ayer, tal vez, era por la inseguridad en el mañana o por la desconfianza en el presente. No hallo ahora la justificación de esta triste despedida a la dicha experimentada los últimos 15 años.
Y sí, claro que sí, claro que existen en estos últimos dos años demasiados factores dolorosos, demasiadas coyunturas lesivas, adioses inesperados, ausencias irremplazables, duros momentos sociales, laborales…la irreversibilidad del tiempo ha salido a flote con una amalgama de recuerdos, pero esta tarde de lluvia fina mi mente se ocupaba con la suerte o la desgracia de amar el fútbol y haber vivido por, para y con él muchas de las mejores experiencias personales y profesionales y haber encontrado en él, con él y por él, amistades incondicionales.
Como he “vomitado” al inicio de este comentario, no sé si volveré en este 2022 al estadio Ciutat de València, lo que sí que sé, es que el momento álgido del dolor ha llegado esta tarde a pesar de haber intentado ser fugitiva de la herida y mis ganas de huir; pero cada quien es cada cual y tiene sus anhelos, sus retrospectivas, sus imágenes formadas y sus defectos y el Levante ha forjado mucho de todos estos factores en la persona y profesional que hoy soy, en positivo, en neutro y en negativo.
Hoy he llorado por el Levante en silencio, mañana reflexionaré y ojalá pudiéramos los que amamos a este club tener la libertad de poder hacerlo sin cargas, ligeros de equipaje y con la lucidez necesaria para asumir que la vida son ciclos y, tratar de esquivar el final de esta época mágica granota es engañarnos.
Ojalá los cimientos del futuro no se sustenten sobre nuevos y duros pilares para sobrevivir viviendo de lo vivido sino que atajemos el momento y volquemos nuestra esperanza en enterrar el olvido para construir un nuevo tiempo y dar cauce a un nuevo sendero.