Hoy es el Día Internacional del Abrazo. Sabemos muy poco de estos días que, de repente y con la proliferación de las RRSS, se convierten en tendencia y se publicitan o difunden incluso entre esos medios de comunicación bautizados como “serios”.
Sin embargo, en este 2021 donde los abrazos es la mayor ausencia y el robo más preciado que sufre gran parte de la humanidad desde hace casi un año, personalmente he querido escudriñar la razón por la cual este 21 de enero, hartos de la coyuntura pandémica, extremadamente sensibles y psicológicamente débiles, nos recuerdan allá donde veamos o leamos el vacío que en esta jornada sentiremos por no estar, siquiera un instante, rodeada por unos brazos.
Como casi todo lo que surge banal en esta era contemporánea, esto del Día Internacional del Abrazo nace de un estadounidense, Kevin Zaborney, residente en Clio, un pueblo de Michigan, que, “según cuenta la leyenda” (léase Mr. Google), preocupado por las muestras de afecto en público de la gente propuso convocar una festividad (el 21 de enero de 1986) como excusa para que las personas mostraran sin sonrojo su cariño, amistad o estima abrazándose.
Otro pensante atraído por la idea decidió incluirlo en el “Calendario de eventos Chase” que, para que los que como yo desconociera de su existencia, apuntaré que es el calendario que desde 1957 se publica en EEUU y que incluye todos los eventos feriados, celebraciones federales y tradiciones, junto a efemérides o aniversarios históricos.
Así nació este Día del Abrazo un 21 de enero de hace exactamente hoy 25 años.
Hace algún tiempo (demasiado tal vez), tras leer “El Libro de los Abrazos” de mi admirado Eduardo Galdeano (me encanta su obra por eso me gusta siempre reseñar que es uno de mis autores más inspiradores cuando me siento ante una pantalla en blanco) escribí uno de estos artículos en el que intentaba trasladar mi emoción al leer este párrafo del escritor uruguayo: “Los políticos hablan pero no dicen. Los votantes votan pero no eligen”; “¿A cuántos les va bien cuando la economía va bien? ¿A cuántos desarrolla el desarrollo?”; “Los nadies no figuran en la historia universal sino en la crónica local”; “El sistema que no da de comer, tampoco da de amar. A muchos condena al hambre de pan y a muchos más condena al hambre de abrazos”.
Hoy mis emociones confluyen mucho con aquellas descritas allí; aunque surgen acentuadas en esta coyuntura hambrienta de abrazos.
Este jueves leeremos y escucharemos mucho sobre un gesto que para mí (como ya escribí en aquel 2013) es la mayor muestra de amistad, cariño, estima y amor entre personas, porque cada vez que un corazón se une a otro corazón dentro del círculo que forma una circunferencia de brazos se produce el intercambio más sincero de afecto que experimenta un ser. Es más, muchos psicólogos consideran el abrazo como el contacto físico más escaso a pesar de ser el más necesitado y el verdadero tesoro de la vida emocional.
En este enero de 2021, cuando se han cumplido ya 10 meses de la falta de este gesto creo que, somos muchos, los que compartimos esta emoción y el argumento psicológico de su beneficio.
Hoy encumbramos el anhelo de un abrazo cuando este ha sido ninguneado en exceso por todos esos valores o principios que rigen una sociedad que, como bien, entendió Zaborney, parece estar obligada a ser comedida en ademanes afectivos.
Por ello, por ejemplo cuando te presentan a una persona le puedes estrechar las manos e incluso le puedes besar pero jamás lo saludarás con un abrazo. Puedes despedirte de la familia cada noche con infinidad de besos, pero los abrazos solo parecen reservados para la época infantil. No dices adiós a un compañero de trabajo con un abrazo, pero tal vez sí lo hagas con un beso. Incluso saludas a tu pareja con un efusivo beso de amor pero raramente un hola va seguido de un abrazo.
No sé la razón pero el beso parece un concepto socialmente más aceptado. Así, puedes besar apasionadamente, puedes besar afectuosamente, incluso puedes besar de forma desaforada; pero el roce de los labios escasamente lleva la carga emotiva del abrazo. Solo si un beso (en la mejilla, en la frente, en los labios o en la mano) va cerrado con un abrazo, simbolizará la máxima representación del afecto (a un amigo, un familiar, un compañero). ¿Acaso alguien puede entregar un beso repleto de sentimiento sin estar acompañado de un abrazo?
Se regalan besos, pero jamás se regalan abrazos.
Su escasez es tan real que muchas personas pueden pasar meses e incluso años sin entregar ni ofrecer un abrazo, conscientes que envolver a alguien entre unos brazos supone mostrar físicamente el más puro sentimiento de aprecio, compañerismo, consuelo, cariño, amor o amistad. Emociones intangibles y aun así precarias en este mundo que SOLO quiere ser real, evidente, perceptible…Al menos hasta la llegada de esta Covid que, de las pocas cosas que ha generalizado, es el deseo de abrazar y ser abrazado.
El mundo ha pasado demasiado tiempo adoleciendo de abrazos y condenado al materialismo que lo ha hecho inexpresivo e insensible. La carencia emocional de la ausencia de abrazos era (o es) rutina por no mostrar, no querer sentir, no decir.
Sin embargo, hoy todos estamos ansiosos de poder abrazar para poder gritar eso que parecía estar ceñido a la niñez: dar y recibir abrazos.
Hoy, un jueves frío de enero, da igual que caminemos o veamos tras los cristales caer la lluvia o los rayos de un sol resplandeciente, cuántos quisiéramos salir de esta rutina pandémica para sentir el goce, bienestar y deleite que es estrechar o ceñirse entre unos brazos… para dar y recibir el regalo de un abrazo.